martes, 16 de junio de 2015

ACERCAMIENTO A LA PALABRA


Imagínese que usted llega al cielo y allí se encuentra con aquella persona que le resultaba tan antipática en la tierra.
¡Sorpresa! Dios también amaba a esa persona y la llamaba a la perfección. Y ¿qué tal si fueran las personas más crueles y malvadas de la historia? Nadie sabe quién llega o no al cielo, pero nadie queda excluido del infinito amor de Dios. Lo que Dios quiere para usted, también lo quiere para su jefe abusivo y para los peores tiranos de la historia, a fin de que todos lleguen a ser finalmente “perfectos como su Padre que está en el cielo es perfecto” (Mateo 5, 48).

Otra sorpresa: Su enemigo es precisamente quien le puede ayudar a avanzar hacia aquella meta de perfección que ahora le parece imposible alcanzar. La razón es la siguiente. El mandamiento de Jesús, de ser perfectos, aparece justo después de su explicación de cómo tratar a quienes nos odian: “Amen a sus enemigos, y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial” (Mateo 5, 44-45). En otras palabras, para ser perfecto, hay que empezar por amar a los enemigos.

Posiblemente usted piense “Eso es demasiado pedir”. ¡Claro que lo es! Incluso si el llamado a la perfección se redujera a este punto de partida, está por encima de las posibilidades humanas, o mejor dicho, estaría, si Jesús no se hubiera sacrificado. Pero, con la gracia que él nos mereció gracias a su muerte redentora y su resurrección gloriosa, todos podemos seguir su ejemplo de amor perfecto y perdón incondicional.

Propóngase cooperar con esa gracia hoy día. En lugar de guardar pensamientos de crítica o resentimiento, pronuncie una breve oración por alguien que le provoque molestia. Piense en otras personas a quienes usted debería amar más, no precisamente “enemigos”, sino aquellos que le son indiferentes o que no considera merecedoras de nada especial.

Comience con las personas con quienes usted vive y trabaja, o las que siempre ve por la calle. Admita que ha cometido faltas y pídale perdón a Dios. Abra su corazón para recibir la gracia de tener una actitud más generosa y aproveche las oportunidades de demostrar amor y bondad realizando actos concretos de compasión y generosidad.
“Gracias, Padre celestial, ayúdame, Señor a recibir tu gracia transformadora y dar otro paso más hacia la perfección a la cual me estás llamando.”
2 Corintios 8, 1-9
Salmo 145, 2. 5-9

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