La próxima vez que pueda, entre en una panadería y perciba en el sabroso aroma de todos aquellos diversos panes, pasteles y tortas recién horneados. Es magnífico, ¿verdad? Pero usted sabe que comer uno de aquellos manjares sería mucho mejor que simplemente olerlos.
De modo similar, estar presente en el casamiento de un amigo es algo emocionante, pero casarse usted mismo lo sería mucho más, ¿verdad?
Estas comparaciones nos ayudan a percibir la diferencia entre el saber algo de la historia del Evangelio y experimentar personalmente la acción del Espíritu Santo como Persona viva y poderosa. De hecho, es posible conocer a Cristo mucho mejor cuando él es “Cristo en usted”, no cuando uno sólo ha leído o escuchado algo de él. En el primer artículo hablamos de que Jesús es el corazón del misterio del plan de Dios para toda la creación. Ahora, en este artículo, plantearemos que Jesús quiere llegar a ser “Cristo en usted” para cada uno de nosotros.
Afine su puntería. Los entrenadores de fútbol coinciden en que al patear un tiro penal, el jugador tiene que concentrar su atención y su energía en la trayectoria que quiere darle a la pelota para meter el gol y tratando de eludir la acción del arquero defensor. Se trata de visualizar dónde quieres que vaya la pelota, pero al mismo tiempo anticipar y eludir la posible acción del arquero. Si no pateas con plena concentración, el tiro te puede salir desviado o demasiado alto y perderse la oportunidad de gol. Es decir, el éxito depende mayormente de tu concentración en el lugar donde quieres dirigir la pelota y de la fuerza con que patees.
Algo parecido sucede en la vida de la fe: es esencial saber dónde fijar la mirada. Sabemos que el objetivo de la vida espiritual es llenarse del Espíritu Santo, pero el mejor modo de conseguirlo es fijar la mirada en Cristo Jesús, que siempre está presente delante de nosotros, y concentrarse expresamente en el amor que él nos demostró en la cruz.
En Pentecostés, la gente se sintió profundamente conmovida por el discurso de San Pedro y, como resultado, miles creyeron en su mensaje y fueron bautizados y llenos del Espíritu Santo. Pero esto no sucedió porque Pedro hiciera una exposición teórica o teológica sobre el Espíritu Santo, sino porque les habló de la muerte y la resurrección de Jesucristo (Hechos 2, 36-37). Podría decirse que, esencialmente, lo que les dijo fue: “Fijen la mirada en Cristo y recibirán el Espíritu Santo.”
Un poquito de fe. No es difícil discernir a “Cristo en usted” y no hace falta una fe profunda o heroica. Cuando el sol se eleva por la mañana, sus rayos de luz siempre encuentran alguna manera de inundar el dormitorio. Aunque las cortinas estén cerradas o las persianas desplegadas hasta abajo, el resplandor siempre entra al lugar oscuro, tal vez a través de una pequeña brecha entre las cortinas o por una rendija en las persianas. Algo parecido sucede con el Señor. El Señor hace resplandecer su luz sobre todos los creyentes, aunque la fe de éstos sea firme o débil, sobre aquellos que tienen el corazón bien dispuesto, como una ventana totalmente abierta, y también sobre los que han preferido cerrar todas sus cortinas y persianas.
Así como un poquito de levadura es capaz de hacer fermentar una masa muy grande, Jesús tiene el poder de ablandar hasta el corazón más duro y frío. No hace falta ser erudito, teólogo ni santo. No hace falta ser rico ni atractivo. Todo lo que se necesita es que usted abra un poco la ventana de su vida para que deje entrar la luz de Cristo, y Jesús hace el resto. ¿No es esto lo que el Señor hizo con la samaritana junto al pozo de Jacob cuándo le pidió agua para beber? (Juan 4, 1-42). ¿No es esto lo que hizo Jesús cuando invitó a Andrés y su amigo diciéndoles “Vengan y verán”? (Juan 1, 39).
Si usted duda del amor de Dios o le cuesta creer que el Señor le ame personalmente, o si piensa que sus pecados son demasiado grandes, entonces sepa esto: Así como el sol pasa a través de aquella pequeña rendija en las persianas, así vendrá Jesús a su corazón, si usted le da la oportunidad. El Señor quiere hablarle a usted como también quiso hablarle a la mujer junto al pozo y a Andrés. Quiere ayudarle a levantar las persianas, para que usted se decida a “venir y ver” quién es el Señor y cuánto él le ama. Él está actuando en usted, aunque usted no lo perciba.
Él le encontrará. Cristo quiere entrar en su corazón y está esperando que usted se acerque a él y lo invite. El Señor quiere renovar su mente y su voluntad y quiere derramar su gran amor en su corazón. Quiere librarle del pecado y dotarlo de fuerzas nuevas para llevar una vida de rectitud y santidad. Si usted quiere encontrarle, la clave es la fe, aunque sea pequeña. Si usted quiere encontrarle, haga suya esta afirmación y pronúnciela con fe y confianza: “Cristo vive en mí.” Si al principio no lo cree del todo, no importa. Basta con que le diga al Señor que quiere encontrarle, y él comenzará a trabajar.
A veces hay obstáculos, como resentimientos arraigados desde hace mucho tiempo, sentimientos de cólera y culpabilidad por pecados pasados, que son como grandes rocas que obstaculizan el camino para encontrar a Cristo. Estas rocas influyen en el modo de pensar y actuar de todos, y bloquean la luz del Señor. Pero ni siquiera estas enormes rocas son capaces de cerrarnos el paso hacia el Señor cuando las reconocemos y tratamos de conocer a Cristo.
Cuando abrimos un poquito la ventana para que entre Jesús en el corazón, él comienza de inmediato a trabajar. El Señor sabe cómo derribar o destruir uno por uno los obstáculos que tengamos en la mente y el alma y luego los sustituye por las verdades de su Evangelio. Luego, cura las heridas y perdona los pecados, y nos enseña a cambiar nuestra forma de pensar y actuar. Así, purificando y sanando poco a poco el ser interior, el Señor va eliminando de nuestra vida todo aquello que nos tenía atados o esclavizados.
¿Recuerda la zarza ardiente que Moisés encontró en el monte Horeb? (Éxodo 3, 1-5). Moisés veía que la zarza ardía pero no se quemaba. Más bien, la zarza se estaba transfigurando por la luz y el poder de Dios. De modo similar, Cristo en nosotros puede “transfigurarnos”. Puede levantarnos de donde hayamos caído y elevarnos a nuevas alturas. Con el fuego de su amor, él puede consumir los obstáculos arraigados que tengamos y llenarnos de la luz y la calidez de su amorosa presencia.
Así pues, decida adoptar estas palabras como su grito de triunfo y su diaria expresión de fe: “Cristo vive en mí.” No tiene que ser complicado y usted no tiene que saber de entrada todas las doctrinas de la fe. Todo lo que se necesita es tener un corazón abierto y el deseo de conocer personalmente al Señor. Si es así, ¡él se mostrará a usted!
Cristo “encuentra” a Cristo. ¿Sabe usted cuál es el milagro más asombroso de toda la historia del cristianismo? No es un sorprendente prodigio de curación; no es el sol que “baila” ni otra señal divina. No, el milagro más asombroso de todos se produce miles de veces al día, tanto en capillas humildes como en imponentes catedrales. Es el milagro de la Sagrada Eucaristía. Es el milagro de gente pecadora, como nosotros, que recibe a Jesucristo, el eterno Hijo de Dios. Es el milagro de que Cristo viene a habitar en nosotros, transformando nuestra vida en moradas dignas, cómodas y hospitalarias para él.
Hay quienes se preguntan por qué hay que molestarse en recibir la Eucaristía cuando Cristo ya vive en el corazón de los fieles. Quizás el mejor modo de entenderlo es que cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Sagrada Comunión, recibimos más de lo que ya tenemos: más gracia, más paz, más estímulo, más poder de cambiar y, sobre todo, más amor. Por esto el Señor dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último” (Juan 6, 54).
La Escritura dice que, en el matrimonio, el marido y la esposa pasan a ser una sola carne (Génesis 2, 24). Cuando viven juntos y se aman, los dos piensan de modo similar y actúan de modo similar cada vez más. Llegan a ser tan unidos que podría decirse que viven el uno en el otro. Él siempre la tiene a ella en su corazón, y ella lo tiene a él en el suyo. La idea de que se verán después del trabajo, o después de una ausencia prolongada, les infunde un sentido de anticipación, y cuando están juntos, se sienten felices y completos nuevamente. ¡Nunca se cansan de estar juntos!
Esto es lo que sucede cuando usted recibe la Eucaristía: Jesús, que habita en usted y que siempre está actuando para atraerlo más cerca de él, “encuentra” a Jesús en la Sagrada Eucaristía, el Pan Vivo que baja del cielo para alimentarle, fortalecerle, perdonarle y protegerle, porque “La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1416). Este es el asombroso milagro que tenemos el privilegio de experimentar tantas veces queramos.
Confíe en su presencia. Querido hermano, ¡Cristo está en usted! Y quiere venir a su corazón más plenamente aún en la Sagrada Eucaristía. Quiere encontrarse con usted dondequiera que usted esté en su travesía de fe, y unirse íntimamente a su corazón. Por esto, ¡deposite se fe en él! Repita constantemente la frase “Cristo vive en mí” y observe cómo el Señor va destruyendo los obstáculos que vaya encontrando en su vida espiritual.
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario