En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.» Palabra del Señor
En el Antiguo Testamento, Dios comunicó sus instrucciones al pueblo de Israel mediante la ley y los profetas. La ley comenzó con los Diez Mandamientos. Los profetas eran hombres y mujeres a quienes Dios había encomendado proclamar su Palabra. En las Escrituras hebreas, los textos conocidos como “los profetas” son los libros de Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y los doce profetas menores.
Jesús, la Palabra de Dios que vino al mundo, es el cumplimiento de todo lo que Dios había anunciado en la ley y los profetas. La palabra “cumplir” significa completar o aportar lo que falta. En este texto, el significado de “cumplir” incluye también el de perfeccionar lo imperfecto. Jesús reconoció que la ley de Moisés y los profetas eran buenos, pero imperfectos. Por eso dijo: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud… Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos” (Mateo 5, 17-19).
Mateo señala en su Evangelio seis aspectos de la vida (asesinato, adulterio, divorcio, juramentos, venganzas y trato con los enemigos) en los que había que perfeccionar la ley y cumplirla. Por su muerte y su resurrección, el Señor nos da la posibilidad de vivir según la ley y los profetas. Incluso dijo que ni la letra más pequeña ni una coma se le quitarían a la ley (Mateo 5, 18). Lo que Jesús quería explicar era que la forma de vida que describen la ley y los profetas era buena y que, si nos mantenemos unidos a él, es posible cumplirla.
¿Cómo puede ser mayor nuestra justicia que la de los escribas y los fariseos? Puede serlo porque nosotros tenemos algo que ellos no tuvieron: Jesús que ha hecho su morada en nosotros por el poder del Espíritu Santo. Por nuestros propios méritos, somos incapaces de cumplir los mandamientos de Dios; pero unidos a Cristo, recibimos la fuerza y la sabiduría para ser obedientes.
“Jesús, Señor mío, te doy gracias porque por la fe y el Bautismo en tu muerte y resurrección, he recibido el poder necesario para vivir a la luz de tus enseñanzas y ser obediente al Padre.”
2 Corintios 3, 4-11
Salmo 98, 5-9
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