martes, 27 de septiembre de 2016

Meditación: Lucas 9, 51-56



San Vicente de Paúl

El viaje de Jesús a Jerusalén fue una ruta de gloria, tanto para el Señor (que fue ascendido al cielo por su Padre) como para la iglesia, que lo seguía. Dios siempre ha tenido la intención de que su pueblo participe de su propia vida y de la gloria del cielo. Esto es lo que el Señor tiene planeado para nosotros como finalidad y culminación de nuestra vida.

Cuando pensamos en el viaje de Cristo a Jerusalén, conviene recordar la gloria de todo lo que allí sucedió: su pasión y su muerte, en las que se revelan su perfecto amor y obediencia al Padre; su resurrección de entre los muertos y su posterior aparición a los sorprendidos y gozosos discípulos; su ascensión en gloria al lado de su Padre. Su hora en Jerusalén, que ya se acercaba, era el momento en que se cumpliría el plan de Dios para salvar a su pueblo y llevarlo a la gloriosa presencia en el cielo.

Jesús emprendió el viaje con plena decisión, pese a todo el rechazo y el sufrimiento que sabía que encontraría. Cuando los samaritanos lo rechazaron, permaneció resuelto a cumplir su propósito, aun cuando dos de sus más cercanos discípulos se indignaron. En esto vemos un modelo para nuestra propia vida, en la que encontramos tantas pruebas y desencantos. Pero Dios quiere que tengamos la mirada fija en la gloria a la que nos llama el Señor, para que en cada situación sigamos avanzando constantemente hacia nuestro glorioso destino.

Es preciso observar cómo vivió Jesús su propia enseñanza. Había dicho a sus discípulos que debían amar a sus enemigos, bendecir a quienes los maldijeran y ofrecer la otra mejilla a quienes les golpearan. Ahora no quiso dejar que sus discípulos se dejaran llevar por la cólera contra los pueblos que se habían mostrado inhospitalarios.

A veces nos sentimos frustrados cuando los demás no comparten nuestras ideas, y cuando rechazan las verdades de Dios que nosotros atesoramos. Con todo, Jesús no quiere que usemos el enojo ni la fuerza para tratar de convencer a las personas para que acepten la buena nueva. Debemos seguir el ejemplo de Jesús, que habló la verdad con amor, pero sin obligar a nadie.
“Señor, Espíritu Santo, concédenos una porción de la gloria que Dios tiene reservada para la Iglesia, y ayúdanos a seguir el camino de Jesús en forma resuelta y gozosa.”
Job 3, 1-3. 11-17. 20-23
Salmo 88(87), 2-8

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

No hay comentarios:

Publicar un comentario