lunes, 8 de enero de 2018

Meditación: Marcos 1, 7-11

Él los bautizará con el Espíritu Santo. (Marcos 1, 8)

¡Qué asombrosas manifestaciones! El emotivo anuncio de un profeta bien iluminado, los cielos abiertos, el Espíritu Santo que desciende en forma de paloma, la voz del Padre que expresa su divina aprobación con voz de trueno. Allí, en las aguas del Jordán, Jesús de Nazaret se reveló como el amado Hijo de Dios y recibió la unción del Espíritu Santo ratificada desde el cielo por el propio Padre Dios. Obviamente, no se trataba de un acontecimiento común que sucediera en un día cualquiera.

En su Bautismo, Jesús fue ungido con el Espíritu Santo y consagrado como Siervo de Dios, que traería la justicia divina a la tierra, abriría los ojos a los ciegos y libraría a los cautivos de la oscuridad. Ahora, rebosante del Espíritu, Jesús se presentaba en público demostrando que, en su Persona, el Reino de Dios llegaba con poder.

¿Qué significa todo esto para nosotros? San Pablo escribió: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre” (Romanos 6, 4). Por el Bautismo, somos hechos partícipes de la vida de Jesús. Habiendo sido sepultados con él en su muerte al pecado, ahora resucitamos con él para reclamar la herencia de los hijos amados de Dios y coherederos del Reino con Cristo. Claro que es posible librarse del pecado y la inseguridad, de la división y el aislamiento; es posible conocer y experimentar el gran amor del Padre. En su muerte y su resurrección, Jesús nos habilitó para vivir una vida nueva basada en la fe y en el poder del Espíritu Santo.

Este poder está al alcance de todos los que rechazan el pecado y se reconcilian con Dios. Por el Bautismo, tenemos acceso al Reino; solo falta la respuesta nuestra. Solemos pensar que no somos lo suficientemente santos, inteligentes ni persistentes para entrar en el Reino de Dios, pero la verdad es que a menos que nazcamos de nuevo “del agua y del Espíritu” (Juan 3, 5) jamás lograremos entrar en el Reino, aunque queramos demostrar nuestras “buenas” cualidades.
“Señor y Padre nuestro, ponemos toda nuestra confianza en la obra de Jesús, tu Hijo amado, para acabar con el pecado en nuestra vida y pedirte que nos digas con amor: ‘Tú eres mi hijo amado’.”
Isaías 42, 1-4. 6-7
Salmo 29(28), 1-4. 9-10

No hay comentarios:

Publicar un comentario