viernes, 30 de marzo de 2018

DICHOSOS LOS QUE SE REFUGIAN EN EL

“Dichosos los que se refugian en él”

     Bendito aquel que, para que yo pueda “hacer mi nido en los huecos de la peña” (Ct 2,14), se ha dejado perforar las manos, los pies y el costado. Bendito aquel que se ha abierto todo entero a mí para que yo pueda penetrar en el santuario admirable (Sl 41,5) y “me esconda en lo escondido de su morada” (Sl 26,5). Esta peña es un refugio…, dulce lugar donde anidan las palomas, porque los huecos tan abiertos de esta llagas sobre todo el cuerpo ofrecen el perdón a los pecadores y conceden la gracia a los justos. Es una estancia segura, hermanos, “una roca inaccesible y mi bastión contra el enemigo” (sl 60,4), el habitar, por una meditación constante y amorosa, en las llagas de Cristo nuestro Señor, el buscar en la fe y el amor hacia el Crucificado, un refugio seguro para nuestra alma, un refugio contra la vehemencia de la carne, las tempestades de este mundo, los asaltos del demonio. La protección de este santuario predomina sobre el prestigio de este mundo…

    Entra, pues, en esta peña, escóndete…, refúgiate en el Crucificado… ¿Qué es la llaga del costado de Cristo sino la puerta del arca abierta para los que serán preservados del diluvio? Pero el arca de Noé era solamente un símbolo; aquí, es la realidad; no se trata ya de salvar la vida mortal, sino de recibir la inmortalidad…

    Es pues bien justo que la paloma de Cristo, su hermosa (Ct 2,13-14)…, cante hoy con gozo sus alabanzas. Del recuerdo o de la imitación de la pasión, de la meditación de sus santas llagas, como de los escondrijos de la peña, su dulce voz resuena en los oídos del Esposo (Ct 2,14).

Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense 
4º sermón para los Ramos

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