jueves, 29 de marzo de 2018

Meditación: Juan 13, 1-15

Se puso a lavarles los pies a los discípulos
y a secárselos con la toalla que se había ceñido. 
Juan 13, 5


Hoy iniciamos el Triduo Pascual de la Semana Santa y recordamos el espléndido ejemplo de amor y humildad que dio el Señor a sus discípulos en la Última Cena: ¡El Rey de los reyes se rebaja para lavarnos los pies! ¿Quiénes somos nosotros para que el Señor de toda la Creación se preocupe de cada uno? En esto se ve la extraordinaria naturaleza del amor de Cristo: Un amor tan inmenso que lo movió a humillarse hasta tomar el lugar de siervo por nuestra salvación.

Pero ¿acaso no hemos repetido nosotros las palabras de Pedro tratando de impedir que el Señor nos purifique? Tal vez pensamos que no merecemos semejante amor, o tal vez creemos que en realidad no necesitamos que nos lave y nos purifique. Pero a cada uno Jesús nos dice: “Si no te los lavo, no podrás ser de los míos” (Juan 13, 8), o sea, si no le permitimos cuidarnos y purificarnos terminaremos separados de él.

Jesús quiere lavarnos, tanto en el Bautismo como en el diario vivir, para que podamos entrar en su presencia y experimentar su abrazo transformador. Aceptar este ofrecimiento significa aquietar el corazón y la mente; hacer un alto en los quehaceres diarios y presentarse ante el Señor con actitud de paz, reconociendo lo mucho que lo necesitamos. Claro que tenemos innumerables deberes y obligaciones que cumplir cada día, pero si dejamos que estas cosas nos llenen por completo, ¿qué lugar le daremos al Señor? Y ¿cómo podrá él darnos lo que necesitamos?

El Triduo Pascual son los tres días más trascendentales del cristianismo: La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, en los que recordamos y celebramos la redención del ser humano. Si dedicamos tiempo extra para permanecer en presencia de Jesús en las diversas liturgias que se celebrarán en estos días, le daremos al Señor la oportunidad de lavarnos los pies y purificarnos; abriremos la puerta para que él actúe libremente en nuestro corazón, y toda vez que lo hagamos, nos iremos transformando un poco más en su propia imagen y así seremos capaces de lavar también los pies de nuestros semejantes.
“Señor mío Jesucristo, ayúdame a renunciar a todo lo que no me deja entregarme del todo en tus manos amorosas. Ven, Señor, y actúa libremente en mí.”
Éxodo 12, 1-8. 11-14
Salmo 116(115), 12-13. 15-18
1 Corintios 11, 23-26

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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