sábado, 24 de marzo de 2018

Meditación: Ezequiel 37, 21-28

Los congregaré para llevarlos a su tierra.
Ezequiel 37, 21




En la primera lectura de hoy, Dios le dio a Ezequiel un mensaje claro y reconfortante para que se lo comunicara a los israelitas que estaban en el exilio: “Voy a recoger de las naciones a donde emigraron, a todos los israelitas… para llevarlos a su tierra.” No lo harían los reyes de los países donde fueron exiliados, ni los dioses de esos gobernantes; lo haría personalmente el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, porque solamente él tiene el poder para renovar y reconstruir su pueblo.

El mensaje de Ezequiel tuvo un especial sentido de urgencia para los israelitas porque ellos se sentían desolados y abandonados en el exilio, como resultado de su insistencia en menospreciar los mandamientos de Dios y seguir sus propios razonamientos. Por la vida de pecado que llevaban, Dios había permitido que fueran dominados por los babilonios y llevados al exilio, lejos de la tierra que Dios les había dado.

Los israelitas habían abandonado a Dios, pero él nunca los abandonó a ellos. Por medio del profeta Ezequiel, el Señor prometió llevarlos de regreso a su terruño, donde ya no estarían aislados ni abandonados. Dios iba a librarlos, pastorearlos, establecería la paz con ellos y viviría con ellos para siempre.

Hay muchos que viven en un exilio físico hoy en día, pero todos sabemos lo que es vivir “desterrados” del Señor, lejos de su presencia. Las “naciones extranjeras” en las que habitamos tienen sus propios ídolos y dioses falsos, y sus formas particulares de oponerse a Dios. A veces estas “tierras del pecado”, nos desalientan, nos separan unos de otros y nos hacen sentirnos deprimidos y desconsolados. Tarde o temprano llegamos a sentirnos tan separados de Dios como lo estaban los israelitas.

Por eso necesitamos saber que las palabras de Ezequiel son para nosotros también. Dios está con nosotros, con su mirada amorosa y él ha extendido su mano para rescatarnos. Sin prisa pero sin pausa, el Señor nos llama pidiéndonos que salgamos de esas tierras extranjeras de pecado e idolatría y regresemos a su lado.

Pues bien, aún hay tiempo de ir a confesarse antes de la Pascua. Acude al Señor, hermano, y deja que él te lleve a casa donde hay paz, vida y salud. Esas “tierras extranjeras” son, a veces, las malas amistades que nos llevan lejos del Señor, nos dan mal ejemplo o nos incitan abiertamente al pecado.
“Amado Padre eterno, quiero volver a casa, a tu lado, porque sé que allí encontraré el amor y la felicidad.”
(Salmo) Jeremías 31, 10-13
Juan 11, 45-56

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