viernes, 30 de marzo de 2018

Meditación: Juan 18, 1–19, 42

Hoy recordamos el primer Viernes Santo, cuando nuestro Señor murió crucificado. 

Es día de silenciosa contemplación del sacrificio redentor de nuestro Salvador. San Alfonso Ligorio hizo la siguiente reflexión sobre la Pasión y Muerte de nuestro Señor:

“Cuando Cristo estaba a punto de morir exclamó ‘Todo está cumplido’ y mientras pronunciaba estas palabras, repasó en su mente todo el transcurso de su vida: todas las fatigas que había pasado, la pobreza, los dolores, los insultos, y se los ofreció a su Padre eterno por la salvación del mundo.

“Luego, volviendo la atención a nosotros, pareciera que repitiera ‘Todo está cumplido’, como si nos dijera ‘La redención de ustedes ha sido lograda; la justicia divina ha quedado satisfecha; el paraíso ha quedado abierto; ha llegado ‘la era del amor’. Al fin ha llegado el tiempo para que ustedes se rindan a mi amor. Ámenme, pues, porque no hay nada más que yo pueda hacer para que ustedes me amen. Ya ven lo que he hecho para ganarme su amor. Por ustedes he llevado una vida llena de tribulaciones y persecuciones. Ahora estoy contento de dejar que mi sangre se derrame, que me escupan la cara, que me despedacen la carne y me claven en la cabeza una corona de espinas. Solamente me falta morir por ustedes. Ven, oh muerte, te doy permiso para que me arrebates la vida para la salvación de mi rebaño. Y ustedes, rebaño mío, ámenme, ámenme, porque no puedo hacer nada más para que ustedes me amen.’” (XII.5)

Hoy, al leer la Pasión del Señor, hagamos nuestra propia meditación personal. Por ejemplo, Judas traicionó a Cristo; veamos cómo lo traicionamos nosotros cometiendo pecado tras pecado. Pedro actuó con cobardía cuando negó al Señor; veamos lo cobardes que también somos nosotros cuando otros blasfeman el nombre de Cristo y no hacemos nada o cuando no compartimos la fe que nos anima. Otras veces posiblemente imitemos a Poncio Pilato cuando preguntó “¿Y qué es la verdad?”, no porque quisiera conocerla, sino porque quería proteger su reputación. O tal vez actuemos como los soldados, cuando le clavamos los pies y manos al Señor y le traspasamos el costado con nuestros pecados.
“Amado Jesús, si en el pasado te he ofendido, tu muerte es mi esperanza. Pero solamente de ti puedo esperar el que yo permanezca fiel. Por tus méritos, Oh, Jesús mío, te pido perdón y de ti espero mi salvación.”

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