miércoles, 10 de abril de 2019

ACTUAR COMO ABRAHÁN


Actuar como Abrahán

Abrahán, fijándose en la promesa de Dios y dejando de lado cualquier mira humana, sabiendo que Dios es capaz de hacer obras que sobrepasan la naturaleza humana, puso toda su confianza en las palabras que Dios le había dicho, sin dejar lugar a ninguna duda, en su espíritu, y sin dudar sobre el sentido que tenían las palabras de Dios. Porque lo propio de la fe es confiar en el poder de aquel que nos ha hecho una promesa… Dios había prometido a Abrahán que de él nacería una posteridad innumerable. Esta promesa estaba por encima de las posibilidades de la naturaleza y de las visiones puramente humanas; por que la fe que tenía para con Dios “y se le contó en su haber” (Gn 15,6; Gal 3,6).
Pues, si lo pensamos bien, a nosotros se nos han hecho promesas aún más maravillosas y que nos van a satisfacer mucho más de lo que puede soñar la mente humana. Y, para merecer la justificación que viene de la fe y alcanzar los bienes que nos han sido prometidos, no nos hace falta más que confiar en el poder de aquel que nos ha hecho estas promesas. Porque todos estos bienes que esperamos sobrepasan toda concepción humana y todo lo que se puede pensar, pues ¡cuán magnifico es eso que se nos ha prometido!
En efecto, estas promesas no sólo conciernen al presente, al desarrollo de nuestra vida y al goce de los bienes visibles, sino que conciernen al tiempo en que habremos dejado esta tierra, cuando nuestros cuerpos se verán sujetos a la corrupción, cuando nuestros restos habrán quedado reducidos a polvo. Dios nos promete que es entonces que los resucitará y gozarán de una gloria magnífica; “porque es preciso, nos asegura el bienaventurado Pablo, que nuestro cuerpo corruptible se revista de incorruptibilidad, que nuestro ser mortal se revista de inmortalidad” (1C 15,53). Es más, hemos recibido la promesa de que después de la resurrección de nuestros cuerpos, en compañía de los santos, gozaremos del Reino y nos beneficiaremos por los siglos sin fin de estos bienes inefables que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar” (1C 2,9). ¿Te das cuenta tú la sobreabundancia de las promesas? ¿Te das cuenta de la grandeza de estos dones?.


San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 36 sobre el Génesis; PG 53, 339

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