sábado, 13 de abril de 2019

Meditación: Juan 11, 45-56

Cuando uno está en la presencia del Señor es difícil permanecer indiferente. Hay que aceptarlo o rechazarlo, entregarse a él sin reservas o abandonarlo del todo. Por eso, no es sorprendente que Jesús haya tenido enfrentamientos cada vez más fuertes con los jefes religiosos judíos, no solamente por decir que él era el Mesías, sino por igualarse a Dios.

Cuando se corrió la voz de que Jesús había hecho revivir a Lázaro, que llevaba cuatro días de sepultado, la conmoción fue grande. Las principales autoridades vieron que no podían esperar más y, ya fuera por temor o por envidia, decidieron eliminar a Jesús de una vez por todas. Si le permitían seguir realizando sus prodigios —razonaban ellos— todo Israel querría hacerlo rey, y eso les causaría una confrontación política con el ejército romano que ocupaba su territorio. Por eso les pareció necesario y conveniente impedir que Cristo continuara con su apostolado antes de que fuera demasiado tarde.

Las cosas habían llegado a un punto crítico y Jesús decidió retirarse por un tiempo y esperar hasta que se aproximara la Pascua. Entonces, podría entrar en Jerusalén y enfrentar a sus adversarios y cumplir la misión que su Padre le había encomendado.

Ahora que estamos a punto de iniciar la Semana Santa, cuando Jesús se prepara para iniciar su combate final contra el maligno, podemos apreciar el pecado y la oscuridad en sus peores manifestaciones, pero también vemos que el Señor transforma la derrota en victoria cuando voluntariamente acepta la cruz y vence al pecado y la muerte en favor nuestro.

En estos últimos días de Cuaresma, no nos olvidemos del mensaje de esta temporada: La gracia y el auxilio de Dios prevalecen incluso en los momentos más oscuros y terribles de la tragedia, el pecado y el desaliento. Sabemos que en toda nuestra travesía con el Señor vamos a enfrentar dificultades y oposición. Nuestra misión de abogar por la verdad, defender los derechos humanos, exigir el cumplimiento de las leyes y valores morales y proclamar el mensaje auténtico del Evangelio son cosas que exigen valentía y decisión; pero el Señor no nos deja enfrentar solos estas difíciles situaciones, sino que nos confiere su propia fortaleza para seguirlo fielmente y dar testimonio de su verdad con entereza.
“Señor Jesucristo, concédeme un espíritu alegre y decidido para seguirte con toda fidelidad hasta tu muerte y tu resurrección y no desfallecer nunca en mi fe.”
Ezequiel 37, 21-28
(Salmo) Jeremías 31, 10-13

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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