viernes, 26 de abril de 2019

DEBEMOS SIEMPRE PRESENTARNOS A DIOS CON HUMILDAD, SIN DEJAR LA PRESUNCIÓN DE CUIDAR DE NOSOTROS


El Evangelio en Lucas 18 nos presenta una parábola dirigida a los presuntuosos que creían ser justos y juzgaban a los demás. Eran personas que nutrían una excesiva estima de sí mismos y, por consiguiente, un desprecio por los demás.
Jesús pone como ejemplo a un fariseo que entra en el templo para rezar, pero cuando comienza a orar, se vanagloria de sí mismo, muestra que adora su propio corazón, y se olvida de una palabra muy importante que es el "tú", piensa sólo en el "yo" ".
La oración de aquel hombre no tiene nada de culto a Dios, solo desprecio por los demás y vanagloria de sí mismo. Él se olvidó que la fuente de todas nuestras acciones es Dios, y no él. Y agradece a su propio ombligo y no a Dios. Su oración es una farsa, una mentira.
La conclusión de esta actitud es que el fariseo regresa a casa con las mano vacías, porque Jesús dice que quien se exalta será humillado. Así también, el Papa Francisco nos dice que la falta de un reconocimiento sincero y orante de nuestros límites impide que la gracia de Dios actúe mejor en nosotros.
En cambio, Jesús nos presenta al publicano, un ejemplo de humildad, de persona que se pone en las manos de Dios y confía en él. Aunque no estaba bien visto en aquella época, ese hombre no se compara con nadie e implora a Dios su perdón.
La disposición interior de colocarse ante Dios con humildad, es lo que le hace salir del templo rehabilitado. Porque como Jesús dice: "¡Quién se humilla será exaltado!".
La Iglesia nos enseña que no estamos justificados por nuestros esfuerzos y obras, sino por el Señor y por su iniciativa. Debemos sí hacer el bien, pero no anclarnos en nuestros propios actos.
El publicano representa una conciencia penitente, consciente de su fragilidad y de su ser pecador, y ve la necesidad de la redención por parte de Dios. Al contrario del fariseo que muestra una conciencia satisfecha consigo misma, que se engaña y se equivoca hallando que no erra.
Por eso, tenemos que estar atentos, en gran vigilancia para no caer en un pensamiento igual al del fariseo, el de volvernos autosuficientes y juzgadores de la realidad de los demás. Además, nos presenta el remedio para la soberbia que es la humildad.

Mons. Sérgio Borges
Comunidad Canción Nueva
Adaptación del original en portugués


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