martes, 9 de abril de 2019

Meditación: Juan 8, 21-30

Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba. (Juan 8, 23)

El pecado conduce a la muerte. Esta es una verdad clara e innegable. Pero hay otra que se le antepone: Jesús vino a salvarnos del pecado y de la muerte: “Si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados” (Juan 8, 24). La invitación de Jesús no cambia jamás; siempre nos está invitando a arrepentirnos de nuestras faltas y creer en él.

Pero antes de arrepentirnos, es preciso reconocer nuestros propios pecados, cosa que a veces nos cuesta hacer, porque nos olvidamos de que los hábitos de pecado son causa de desorden y conflicto en las relaciones humanas. O bien, tratamos de eludir la responsabilidad: “Si no fuera tan difícil convivir con él o con ella…” Cuando una enseñanza del Evangelio nos parece imposible de aplicar, nos disculpamos razonando según nos convenga: “En realidad no creo que esto sea pecado.”

Cuando luchamos con tentaciones que consideramos imposibles de superar, a veces empezamos a convencernos diciendo: “Es que soy tan débil. ¡Es inútil!” Siguiendo ésta y otras formas de pensar, caemos en la trampa de la negación, la racionalización y el desaliento, y estos son factores que nos impiden ser honestos con nosotros mismos y con Dios. Lo peor es que mientras tanto, el pecado sigue su curso, una fuerza poderosa que nos va distanciando cada vez más del Único que nos puede salvar y sanar.

Pero hay una fuerza más poderosa todavía que nos conduce al Padre celestial, una fuerza más potente que cualquier otra que pretenda separarnos de él: el amor de Jesucristo, nuestro Señor. Todo lo que nos pide es que lo invitemos a nuestro corazón y le permitamos realizar su obra en nuestro ser. Hoy, en su oración, pídale al Señor que lo llene a usted del valor necesario para encarar el pecado frente a frente. Aproveche la gracia que tiene a su alcance en el Sacramento de la Confesión, porque Jesús es el único que puede librarlo de los pecados de los que tanto le cuesta desprenderse. Deposite toda su fe en Cristo porque su sangre es la única que puede purificar el alma. Ahora, durante la Cuaresma, en cada situación de dificultad o tentación, reafirme su fe en Cristo y en el poder de su sangre preciosa.
“Amado Señor, yo creo en ti y en ti confío. Me arrepiento de todas las veces que te he ofendido a ti y a mis semejantes. Perdóname mis pecados y lléname de tu amor, te lo ruego, porque sé que tú eres el único que puede librarme.”
Números 21, 4-9
Salmo 102(101), 2-3. 16-21

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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