miércoles, 16 de septiembre de 2015

CONVERSIÓN PERMANENTE

Dios nos llama a la conversión incansablemente

    ¿Hasta cuándo esperamos decidirnos a obedecer a Cristo que nos llama a su Reino celestial? ¿No nos vamos a purificar? ¿No vamos a dejar de una vez este género de vida que llevamos para seguir a fondo el Evangelio?... Pretendemos desear el Reinado de Dios, pero sin preocuparnos demasiado por los medios a emplear para conseguirlo.

    Aún más, por la vanidad de nuestro espíritu, sin preocuparnos lo más mínimo por observar los mandamientos del Señor, nos creemos ser dignos de recibir las mismas recompensas que aquellos que han resistido al pecado hasta la muerte.  Pero ¿quién en tiempo de la siembra ha podido quedarse sentado y dormir en casa, y después recoger con los brazos bien abiertos las gavillas segadas? ¿Quién ha vendimiado sin haber plantado y cultivado la viña? Los frutos son para los que han trabajado; las recompensas y las coronas para los que han vencido. ¿Es que alguna vez alguien ha coronado a un atleta sin que éste ni tan sólo se haya revestido para combatir con el adversario? Y, por consiguiente, no sólo es necesario vencer sino también “luchar según las reglas”, como lo dice el apóstol Pablo (2Tes 114,5), es decir, según los mandamientos que nos han sido dados…

    Dios es bueno, pero también es justo…:”El Señor ama la justicia y el derecho” (Sl 32,5); por eso “Señor voy a cantar la bondad y la justicia (Sl 100, 1)… Fíjate con que discernimiento el Señor usa de la bondad. No es misericordioso sin más ni más, no juzga sin piedad, porque “el Señor es benigno y justo” (Sl 114,5). No tengamos, pues, de Dios una idea equivocada; su amor por los hombres no debe ser para nosotros pretexto de negligencia.

San Basilio (c. 330-379),
monje y obispo de Cesárea en Capadocia, doctor de la Iglesia 
Grandes Reglas monásticas, prólogo

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