viernes, 18 de septiembre de 2015

Lucas 8, 1-3

¿Quiénes eran? Los datos que ofrece la Escritura son muy escuetos. María Magdalena —que había llevado una vida censurable antes de que Jesús la liberara— tuvo el privilegio de ser la primera en verlo resucitado. Juana, mujer del administrador del rey Herodes, era una dama acaudalada de la corte real. ¡De seguro que las dos jamás se habrían conocido en otras circunstancias!

¿Qué fue lo que unió a este grupo tan dispar de personas en un vínculo de amistad, servicio y lealtad a Jesús? Era obvio que el Señor y su mensaje del Reino de Dios las habían transformado y tocado tan profundamente que estuvieron dispuestas a realizar las tareas más humildes y sencillas para el Señor, nada más que por el hecho de servirle.

¿Se identifica usted con los apóstoles, que eran muy conscientes de lo que podrían llegar a ser, o con las mujeres, que se contentaban con servir en silencio pero con generosidad? Por nuestra tendencia natural, preferimos que nos sirvan antes que servir, que nos den antes que dar. Por lo general, no nos gusta tener que tomar el lugar de un sirviente, que atiende primero a los demás antes que a sí mismo. Pero las mujeres del Evangelio de hoy se dedicaron a servir a Jesús con toda dedicación, entrega y fidelidad, y por eso son un magnífico ejemplo de la transformación que Dios produce en la vida de sus hijos.

Es cierto que naturalmente no nos nace entregarnos a un servicio humilde, pero esta es precisamente la forma en la que estamos llamados a servir a Jesús, especialmente en la familia. Los esposos, los padres y los hijos, todos estamos llamados a servirnos mutuamente. En un sentido más amplio, también se nos pide servir desinteresadamente en la parroquia, en el trabajo y en la comunidad. Pregúntale al Señor cómo puedes servir a tus semejantes. Si actúas con fe y confianza, él te infundirá la correcta actitud de corazón y te dará la capacidad de tratar a los demás con amor y bondad. De esta forma no sólo estarás haciendo la voluntad de Dios, sino que estarás ganando amistades buenas y agradecidas.

“Jesús, Señor mío, tú eres el Dueño y el Maestro, pero también el servidor silencioso, cuyo amor es ilimitado. ¿Cómo puedo retribuirte por todo lo que has hecho por mí? Toma mi vida, Señor, y enséñame a servirte a ti y a mis semejantes con amor y humildad.”

fuente La Palabra con nosotros

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