jueves, 3 de septiembre de 2015

Un Papa que escucha

La historia de S.S. el Papa Francisco
Por: Rev. GUY NOONAN




Todos sabemos que el Papa Francisco es muy popular en todo el mundo.

Un reciente estudio realizado por el Centro Pew de Estudios Sociales concluyó que el Santo Padre goza de un 84% de aprobación en Europa. Incluso en lugares donde hay menos cristianos o donde él es menos conocido también tiene popularidad, ya que entre los africanos el 44% ha expresado tener una impresión favorable de él y entre los asiáticos el 41%.

Incluso los no católicos están aceptando a este Papa de una manera nueva. Su mensaje en vídeo acerca de la unidad cristiana fue recibido con gran satisfacción en una conferencia evangélica organizada por el evangelista Kenneth Copeland. Incluso Timothy George, editor ejecutivo de la revista Christianity Today, dijo que el Santo Padre “Francisco también es nuestro.”

En mi pequeño rincón del mundo —la parroquia de Nuestra Señora del Buen Consejo en San Agustín, Florida— puedo decir que el Papa Francisco ha conquistado claramente el corazón de toda la gente, incluso de aquellos que ya no practican su fe. Y pienso que parte de la razón es que el Santo Padre puede actuar de una manera tan “diferente” de lo que ha sido usual en cualquier Papa. Lo vemos, por ejemplo, en su decisión de vivir en un pequeño apartamento en el Vaticano; lo vemos en los pequeños automóviles maltratados que maneja; lo vemos en sus homilías pronunciadas en un lenguaje tan sencillo y en sus cartas y llamadas telefónicas sorpresivas a gente común y corriente.

Así pues, considerando lo muy popular que es el Papa y el impacto que ha causado en el mundo, me sentí más que complacido cuando me invitaron a compartir con los lectores de La Palabra Entre Nosotros mis reflexiones sobre el Papa Francisco y sus enseñanzas.

Un nombre y una oración. En los dos años transcurridos desde su elección, el Papa Francisco se ha transformado rápidamente en un héroe de la fe, y como todos los héroes, su historia nos llega al corazón con tanta fuerza como sus enseñanzas. Conocemos lo mucho que influyó en él la fe de su abuela, y hemos conocido las muchas obras sociales que él llevó a cabo en los barrios pobres de Buenos Aires. Hemos presenciado con atención sus viajes y nos encanta ver las imágenes de este humilde siervo de Dios rodeado de los fieles dondequiera que vaya, y en general nos conmueve su gran humanidad.

Es claro que la historia del Papa Francisco sigue siendo impresionante, y pareciera que él lo reconoce. Desde el día en que apareció en el balcón de la Plaza de San Pedro, nos ha venido contando la historia de su persona, una historia que comenzó cuando anunció el nombre que escogió para sí mismo: “Quiero llamarme Francisco.”

Eso, a mi parecer, fue el primer mensaje del Santo Padre a los fieles y un inteligente juego de palabras, porque el nombre “Francisco” me recuerda la palabra latina francus, que significa ser libre, abierto y comunicativo: una persona franca. También sabemos que escogió el nombre Francisco en honor de San Francisco de Asís, el “Pobre de Asís”, tan conocido por la sencillez de su fe y su gran amor a los pobres y los necesitados.

De modo que, desde el principio, el Papa Francisco nos ha venido dando señales de la suerte de pontífice que quiere ser y de la historia que quiere contarnos. Quiere hablarnos con toda franqueza y claridad, y hacerlo en un lenguaje que todos, incluso los pobres y los no educados, podemos entender.

Luego, todavía en el balcón, contó algo más de su historia. La tradición pide que un Papa recién elegido bendiga a todo el pueblo reunido en la Plaza de San Pedro. Pero Francisco sorprendió a todos cuando cambió un poco esta tradición: “Quiero pedirles un favor” dijo. “Antes de que el obispo bendiga al pueblo, les pido que ustedes recen al Señor para que me bendiga a mí: la oración del pueblo por su obispo. Digamos pues esta oración, ustedes por mí, en silencio.” Luego inclinó la cabeza y recibió humildemente las plegarias de la multitud.

Creo que estos dos gestos —adoptar el nombre de Francisco y recibir las oraciones del pueblo— narran la historia de un hombre que ha sido humilde en la vida y cuya humildad ha ido formando su carácter.

Un sanador herido. En la primera entrevista prolongada que concedió, le preguntaron al Papa: “¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?” Después de una larga pausa, respondió: “Soy un pecador. Esta es la definición más precisa.” Si bien se podría esperar que un Papa dijera algo piadoso como esto, Francisco insistió en aclarar: “No es una expresión figurada. Soy un pecador… Soy un pecador a quien el Señor ha dirigido su mirada.” Y esa identificación como pecador que ha recibido misericordia puede llevarnos a un importante período en su vida.

El Papa suele hablar con frecuencia de la época en que se desempeñó como provincial de los jesuitas en Argentina. Tenía apenas 36 años de edad cuando fue nombrado para el cargo, y no todo anduvo bien. De hecho, dijo que todo eso había sido “una locura”, porque no sabía cómo utilizar la autoridad para congregar a la gente. Confesó que había sido autócrata y dictatorial y que finalmente sus hermanos jesuitas lo habían destituido y enviado a la ciudad de Córdoba, en una especie de exilio.

Esta experiencia de repudio tuvo un impacto profundo en su vida, y lo movió a efectuar un detenido examen de conciencia, que lo condujo a una conversión más profunda. Fue algo que suavizó su personalidad y lo movió a pensar en términos más amplios acerca de la gente a la cual estaba sirviendo. También lo llevó al centro de la ciudad, donde comenzó a tener un contacto más significativo con los pobres.

Su permanencia en Córdoba fue un punto de cambio, porque allí aprendió a tener la compasión y la apertura de corazón por las cuales ahora es conocido. ¡Qué bendición fue esto para la Iglesia! He aquí a un hombre que puede entender la burla y el rechazo, un hombre cuyas heridas le han permitido llegar a ser fuente de salvación y aliento para muchísima gente.

He descubierto que, debido a que el Papa relata su historia con tanta franqueza —lo malo junto con lo bueno— la gente tiende a aceptar de buena gana lo que él dice. En su ejemplo encuentran inspiración y lo siguen con una mezcla de amistad y admiración. Francisco demuestra una suerte de liderazgo basado en la humildad y el compartir, un liderazgo que inspira a las personas a seguirlo porque ven en su vida un reflejo de los éxitos y desafíos de ellos mismos.

Un Papa que escucha, un pastor que escucha. Pero al Santo Padre no le interesa solamente contar su historia; mucho le interesa también escuchar las historias de otras personas. En Córdoba y Buenos Aires comenzó a enterarse de las situaciones de los pobres y los sin casa. Como Papa, a veces hace llamadas telefónicas por sorpresa a personas que le han escrito, y les escucha tanto como reza con ellos y les ofrece consejo. Y se propone almorzar con los trabajadores de los jardines vaticanos, la gente sin casa de Roma y grupo similares. En preparación para el Sínodo General, incluso pidió que se enviara una encuesta a todos los fieles de la Iglesia, para poder escuchar las historias de los católicos ordinarios acerca de las alegrías y desafíos que ellos enfrentan en la vida familiar.

¡Qué gran cambio había experimentado aquel joven provincial jesuita que no escuchaba a nadie y que imponía sus reglas con lo que él calificó de “mano de hierro”! Y este cambio me inspira a escuchar más de cerca a la gente de mi propia parroquia, y alentarlos a que se escuchen los unos a los otros. De hecho, cuando las personas vienen a verme, he comenzado a preguntarles: “¿Sabes que tu vida es una historia, una historia acerca de la obra de Dios en este mundo?

¿Cuál es tu historia? Creo que la historia de cada Papa tiene un mensaje especial para la Iglesia. Por ejemplo, la historia de la valentía y la firmeza del Papa Juan Pablo II bajo la dominación comunista en Polonia nos alienta a “no tener miedo de navegar mar adentro”. La larga historia de estudios teológicos del Papa Benedicto XVI nos ayudó a guardarnos de la “dictadura del relativismo.” Y ahora, con la historia de humildad y encuentro con los pobres del Papa Francisco, escuchamos que “un poquito de misericordia reduce el frío del mundo y lo hace más justo.”

Pero no son sólo las historias de los Papas las que tienen un mensaje para el mundo. A mí me gusta decir a mis feligreses que la propia historia personal de cada uno es también muy importante, y eso es cierto para todos nosotros. La vida que llevamos no se reduce simplemente a una serie de eventos que se van sucediendo uno tras otro. Cada cual va viviendo la historia de un Padre amoroso que va atrayendo a su hijo más cerca de su corazón.

Es cierto: todos tenemos una historia; y estamos constantemente compartiendo esa historia con el mundo. Cuando rezamos en Misa, o cuidamos a nuestros hijos, o laboramos en el trabajo, e incluso cuando nos relajamos y disfrutamos del tiempo libre, estamos relatando nuestra historia a la gente que nos rodea, contando lo que somos y lo que queremos ser. Les hablamos de nuestro amor a Dios y de nuestro deseo de seguirlo.

Por eso, permítanme hacerles a ustedes la misma pregunta que yo les hago a mis feligreses: “¿Estás tú satisfecho con la historia de tu vida? ¿La estás contando de la mejor forma que puedes?”

Es una buena pregunta que podemos hacernos y una pregunta que, yo creo, el Papa Francisco se hace a sí mismo día tras día.

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros.

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