jueves, 3 de septiembre de 2015

Lucas 5, 1-11

Querido lector, ¿has tenido tú un encuentro personal con Cristo? ¿Tuviste una sensación de paz porque él estaba allí contigo y te quedaste casi anonadado por la extraordinaria manifestación de su amor, su poder o su majestad? ¿Recuerdas cuáles fueron las circunstancias? ¿Tal vez porque leíste un pasaje de la Escritura o por haber escuchado un mensaje especialmente inspirador o conmovedor?

Hoy leemos que Pedro se quedó atónito cuando, siguiendo las instrucciones de Jesús, consiguió una gran pesca (Lucas 5, 5-8). Tanta fue su impresión al darse cuenta de que Jesús era alguien extraordinario, un profeta, un santo, y que lo que acababa de ocurrir era un milagro patente, que sólo atinó a arrojarse a los pies del Señor y confesarse pecador. Ese fue sin duda un encuentro transformador. Dios nos habla de muchas maneras distintas, pero hay algo que no cambia: Cristo quiere revelarse personalmente a todos sus hermanos.

La Biblia es una magnífica crónica de las muchas veces que Dios se ha revelado a su pueblo, comenzando con Adán y Eva, y siguiendo con los relatos de Noé, hasta Abraham y Sara, para continuar con David el pastor que llegó a ser rey, Isaías y los demás profetas, hasta una joven virgen llamada María. Pero no termina cuando Jesús vino al mundo.

El Nuevo Testamento está lleno de narraciones de lo que hicieron los discípulos de Jesús, como Pedro y Pablo, Juan y muchos otros fieles, cada uno de los cuales tuvo un encuentro personal con Cristo que transformó radicalmente su vida. Y más tarde, en la historia de la Iglesia, también podemos citar los ejemplos de miles de santos, mártires y héroes de la fe que también tuvieron experiencias parecidas.

Con toda esta evidencia, ¿cómo puede alguien dudar de que Jesús desee revelarse a sus fieles? Pero más importante aún, ¿cómo puede alguien dudar de que el Señor quiera entrar en comunión con cada uno de nosotros en nuestra época? Hoy, en Misa o durante el resto del día, mantén los ojos abiertos y los oídos atentos. Jesús está en todas partes y no hay ni un solo lugar en el cual no puedas encontrarlo.
“Señor mío, Jesucristo, ¿qué quieres decirme hoy día? ¿Cómo te quieres manifestar hoy? Quiero escuchar tu voz, Señor, y conocer tu voluntad. Ven, Señor, abre mi corazón para que hagas allí tu morada y yo llegue a conocer tu presencia en mi ser.”

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