martes, 29 de septiembre de 2015

Juan 1, 47-51

Hoy, al celebrar a los santos arcángeles, conviene reflexionar sobre la misión que cumplen los poderosos ejércitos angélicos fieles a Dios: “La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe… De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles” (CIC 328, 334).  
Los ángeles son seres espirituales que siempre contemplan la faz del Padre en el cielo, que “con todo su ser… son servidores y mensajeros de Dios” (CIC 329). Precisamente por estar llamados a ayudar a que el Reino de los cielos se extienda en la tierra, los ángeles tienen un papel que desempeñar en la vida del pueblo de Dios. Ya sea que uno lo sepa o no, nuestra vida está rodeada de ángeles; incluso podemos haber tenido encuentros con ellos, tal vez en el susurro de la conciencia o en ocasiones inesperadas de bendición o protección: “Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión” (CIC 336).  
Cuando uno piensa que los ángeles contemplan siempre la faz de Dios, puede entender la oración que ellos hacen con una nueva dimensión. Así como los pastorcillos vieron multitudes de ángeles que alababan y glorificaban a Dios cuando nació Jesús, nosotros también nos unimos a su sinfonía cósmica de adoración cada vez que celebramos la Sagrada Eucaristía (CIC 335). En efecto, millones de ángeles elevan sus voces al unísono en los coros celestiales junto con nosotros cuando cantamos: “¡Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo; llenos están el cielo y la tierra de su gloria! ¡Hosanna en el cielo!”  
Los ángeles pueden llevar nuestras oraciones al cielo; por eso, ¡eleva la mirada y levanta el corazón! Tu oración tiene gran valor, porque ya sea en la Santa Misa o en tu oración personal, tú puedes unirte a la asamblea celestial que adora y alaba a Dios, para que las bendiciones del Altísimo se derramen sobre la tierra.  
“San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y las acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.”  

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