martes, 1 de septiembre de 2015

Lucas 4, 31-37

San Lucas nos cuenta hoy que, cuando Jesús liberó al joven endemoniado, todos se quedaron maravillados y se preguntaban: “¿Qué palabras son éstas? Con toda autoridad y poder, este hombre ordena a los espíritus impuros que salgan, ¡y ellos salen!”
Lucas 4, 36

Jesús demostraba la autoridad de sus palabras con obras extraordinarias y la gente se quedaba asombrada.

Pero la realidad es que las acciones son tan elocuentes hoy como lo fueron en tiempos de Jesús. Es más posible que la gente crea en un Dios bondadoso cuando vea el efecto que su amor y su poder tienen en la vida de las personas. Edith Stein (ahora Santa Teresa Benedicta de la Cruz), por ejemplo, se convirtió al cristianismo en parte por haber visto que una amiga suya, que era cristiana, soportaba con serenidad la muerte de su esposo. En lugar de echarse a morir de dolor y sentirse agobiada por la desesperación o la compasión de sí misma, esta amiga fue capaz de mantener la serenidad e incluso no perder la esperanza. Su fortaleza interior la llevó incluso a consolar a sus amigos que también sufrían; para Edith, que era judía, esta fe fue una señal conmovedora de la verdad y el poder de Cristo. No mucho después, ella se convirtió al catolicismo y tomó el hábito carmelita.

Más tarde, a la propia Edith le tocó enfrentar la muerte en el espantoso campo de concentración de Auschwitz, en Polonia. Sin embargo, desde el día de su muerte, el relato de su vida ha sido para muchas personas un admirable ejemplo de valentía, fe y convicción, de manera que ella misma llegó a ser para otros una señal irrefutable de la verdad que encierra el mensaje del Evangelio.

Dios nos ha puesto en el mundo para ser sus embajadores y llevar la buena noticia de Cristo al mundo. Todos tenemos la posibilidad de influir en los demás por la forma en que vivimos. Así pues, con la ayuda del Señor, dispongámonos a perdonar, compartir con los pobres y actuar con amor y serenidad en las pruebas y dificultades, sabiendo que en cualquier problema grave o aparentemente insoluble, el Señor está allí para darnos fuerzas, paz y confianza en su amor infinito.
“Cristo Jesús, Señor y Dios mío, gracias por el don de tu Espíritu, que me enseña y me prepara para irradiar tu luz en este mundo. Cada día haz que me asemeje más a ti, para que el mundo crea que realmente viniste a salvarnos a todos y darnos la vida eterna.”

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