sábado, 20 de febrero de 2016

CERCO DE LA MISERICORDIA - 1º Enseñanza


CERCO DE LA MISERICORDIA
Parroquia San Miguel Arcángel
1º VIERNES  - 12 FEB
Enseñanza impartida por el p. Leonardo Mathieu
Es hora de PEREGRINAR JUNTOS!

“La Misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por su propio hijo” (MV 6)

Raíces de la Misericordia y de sus obras en la Sagrada Escritura
• Etimología:
– “misere”= miseria/necesidad.
– “cor/cordis” = corazón.
– Sufijo “ia” = hacia los demás
– Misericordia:
• “LA CAPACIDAD DE SENTIR LA DESDICHA DE LOS DEMÁS”
• “TENER UN CORAZÓN SOLIDARIO CON LOS QUE TIENEN NECESIDAD”
• (COMPASIÓN - PERDÓN)
• El A.T. utiliza 2 expresiones:
– “HESED”: actitud profunda de verdad, gracia y amor.
– “RAHÁM”: amor de una madre que comporta bondad.
• En el N.T. La traducción al griego es “Εληος” (éleos) de donde procede:
– la invocación litúrgica “Kýrie eléison = Señor ten Piedad/misericordia”
– La palabra “eleemosýne” = “limosna”
– El Texto paradigmático de Mt. 25, 31-46:
“31Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. 32 Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el Pastor separa las ovejas de los cabritos, 33 y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. 34 Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; 36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver".
Estos tres pares presentes: tuve hambre y tuve sed/ fui forastero y estuve desnudo/fui enfermos y estuve en la cárcel, recogen las seis primeras Obras de Misericordia corporales enseñadas por el Señor Jesús.

El Escritor Eclesiástico antiguo, Orígenes (185 – 254 d. C.) abre la vía hacia las obras de misericordia espirituales, fiel a su exégesis alegórica de Mt. 25,34-36, así:
“Además del Pan y del vestido que sirven al cuerpo, se debe alimentar las almas con alimentos espirituales…, con el revestimiento de diversas virtudes por la enseñanza de la doctrina para acoger al prójimo con un corazón lleno de virtudes, y, finalmente, dedicarse a los débiles para reconfortarlos, enseñándoles, consolándolos o reprendiéndolos; y cada uno de estos gestos atañe a Cristo” (In Mathaeum, 72)

San Agustín comentará las seis obras prescritas en Mt. 25, confirmando el paralelismo entre los dos tipos de obras de misericordia, a saber: las corporales y las espirituales. A partir de él, esta división se convertirá en tradicional.
“Hace limosna no solo quien da de comer al hambriento, quien da de beber al sediento, quien viste al desnudo, quien acoge al peregrino, quien esconde al fugitivo, quien viste al enfermo o al prisionero, quien corrige al débil, quien acompaña al ciego, quien consuela al afligido, quien cura al enfermo, quien orienta al errante, quien aconseja al dubitante, quien da lo necesario a quien tenga necesidad, sino también quien es indulgente con el pecador” (Manual sobre la fe, esperanza y caridad, 19,72)
Pero no será hasta Pedro Coméstor (+1179) en su comentario de Mt. 25, que incorpora, seguramente por primera vez, la referencia a “enterrar a los muertos” sacada de Tobías 1,17. Con lo cual se sintoniza con la preferencia de ese momento histórico por los septenarios como expresión de plenitud (los siete sacramentos, los siete pecados capitales…)

Con Santo Tomás de Aquino (+1274) se consolida teológicamente la doble lista: por un lado las siete obras de misericordia corporales, seis procedentes de Mt. 25, a la que se añade la sepultura de los muertos de Tobías. Y por otro lado, como una lectura alegórica de estas, presenta las siete obras espirituales, las cuales a partir de él se difunden ampliamente.

Así, las Obras de Misericordia se dividen en:
Obras de Misericordia Corporales:
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
3. Dar posada al peregrino
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los presos
7. Enterrar a los muertos

Obras de Misericordia Espirituales:
1. Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en error
4. Perdonar las injurias
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectos del prógimo.
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos

1- Dar de COMER al hambriento
“Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,11), dice el Padrenuestro.
La comida básica de Palestina era el pan, de tal modo que el acto normal de tomar la propia comida se indicaba con la expresión “comer pan” (Gn 37,25). Tal importancia queda reflejada en el nombre del Dios a quien se dirige la petición de pan que es “El (que) da pan a todo viviente” (Sal 136,25), ya que si falta el pan, falta todo (Am 4,6)
El hambre es característica de la experiencia del desierto del pueblo de Dios bien expresada así:
“Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para probarte y conocer los que hay en tu corazón: si observas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná” (Dt 8,23)
Esta dramática experiencia hace entender la significativa expresión profética: “Vienen días en que enviaré hambre al país: no hambre de pan, ni sed de agua, sino de escuchar la palabra de Dios” (Am8,11).

Por otro lado, el hambre es característica de los pobres, a los que Jesús proclama bienaventurados calificados por tal “hambre” ya que anhelan la “justicia” (Mt 5,6). Resuena además aquí la respuesta de Jesús a la primera tentación, sacada de Dt 8,3, de que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; Lc 4,4).
Por su lado, la carta de Santiago respondiendo a la problemática de la Iglesia primitiva deja un texto muy esclarecedor cuando afirma:
“¿De qué sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o hermana andan desnudos y faltos de alimentos y uno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos” pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro” (Sant 2,14-17)
En definitiva, siendo el hambre el símbolo de la necesidad de la verdadera comida, el Evangelio de Juan precisa que sólo Jesús puede saciarlo, por ser él mismo “el pan de vida” (Jn 6,5.35). Y además, es muy ilustrativo que la celebración eucarística ya desde sus orígenes tenga su centro en el partir el pan que se entrega, como expresión de que la Eucaristía parte del gesto de compartir y de donación que Jesús hizo “tomando pan, dando gracias, partiéndolo, dándolo y diciendo: esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros” (Lc 22,19). Por eso, el Sacramento de la Eucaristía será significativamente calificado por el Concilio Vaticano II como “la fuente y culmen de toda vida cristiana” (LG 11)

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO: Hay que compartir el pan ¡hay tantos hombres! Pero no basta. Hay que hacerse pan y pan partido, como hizo nuestro Señor Jesucristo. El pan es fraternidad y es vida. El pan partido y compartido es amor.

1- ENSEÑAR al que no sabe.
“¿Entiendes lo que estás leyendo”? (Hch 8,30), le dice Felipe al funcionario que está leyendo al profeta Isaías. Y éste le responde: «¿Cómo lo puedo entender, si nadie me lo explica?». (Hch 8,31). En ésta línea de guía y educador de conciencia exigente, se debe recordar el texto paradigmático de Jesús cuando afirma: “No se dejen llamar maestros porque solo tienen un Maestro, que es el Mesías” (Mt. 23,10) Se marca así con contundencia que quien “enseña al que no sabe” es Jesús, el Mesías, pues “ya sea que vivamos, ya sea que muramos, somos del Señor” (Rom. 14,8)

En este contexto surge una tarea fundamental e importante como es la de enseñar a “dar razón de la esperanza que hay en ustedes” (1 Ped. 3,15) San Juan Pablo II en su encíclica “Fides et Ratio” (1998) pone de relieve esta decisiva tarea para nuestro mundo de hoy, cuando afirma:
“ Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición.” (FR N° 48)

Por esto concluye:
“lo más urgente hoy es llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de la existencia.” (FR N° 102)
El Papa Francisco, por su parte, en su primera exhortación apostólica, EVANGELII GAUDIUM, ha querido precisar lo que se debe enseñar al que no sabe sobre la fe cristiana, con base en su “núcleo fundamental”:

“Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral.” (EG N° 36)

Y un poco más adelante añade:
“Así como la organicidad entre las virtudes impide excluir alguna de ellas del ideal cristiano, ninguna verdad es negada. No hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio. Es más, cada verdad se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras. Cuando la predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer!” (EG N° 39)

ENSEÑAR AL QUE NO SABE: Es una hermosa obra de Misericordia, pero a veces nos encariñamos tanto con ella que queremos dar lecciones a todo el mundo. Esta obra debemos practicarla con moderación. A lo mejor es preferible que te dejes enseñar. Eso también es “obra de Misericordia”: saber escuchar y agradecer lo que has aprendido. Todos necesitamos aprender unos de otros, incluso el profesor del alumno, y el padre del hijo, y el empresario del obrero y el sacerdote de los laicos.


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