martes, 16 de febrero de 2016

Meditación: Mateo 6, 7-15

La creación proclama la gloria de Dios y en realidad nos quedamos arrobados admirando la majestad de las montañas, la inmensidad del océano y la cálida y constante luz del sol.

Pero mucho más grandiosa es la obra de la redención, una obra que comienza con el perdón. El perdón lo inventó Dios, no el hombre, y es tan hermoso como el más glorioso paisaje de la naturaleza, porque proviene justamente del corazón compasivo y misericordioso de nuestro Padre.

Esta es la misericordia de Dios que se aprecia claramente en la parábola del hijo pródigo y también en el caso del hombre tullido que le llevaron a Jesús, y lo primero que él hizo fue perdonarle los pecados (Mateo 9, 2-6). Cuando la mujer adúltera dejó caer sus lágrimas sobre los pies de Jesús, él la perdonó porque ella se había arrepentido, y ella aprendió a amar porque mucho fue lo que se le perdonó (Lucas 7, 47-49).

El Señor nos pide que nosotros también perdonemos con el mismo espíritu, y nos enseñó que no se le pueden poner límites al perdón: Hemos de perdonar “setenta veces siete” (Mateo 18, 22). Y cuando objetamos diciendo que eso es imposible, Jesús nos recuerda que si tuviéramos fe como un granito de mostaza podríamos decirle a la montaña que se moviera y ella obedecería (17, 20). De manera que, si él lo prometió, nosotros podemos creerlo. En efecto, por el poder de su Espíritu Santo, podemos arrancar de raíz todo lo que sea hostilidad y resentimiento de nuestro corazón. ¡Para él nada es imposible!

Pero Dios no espera que tengamos una fe perfecta en forma instantánea. Él sabe que algunas veces nos cuesta mucho perdonar, por eso nos pide que confiemos en su amor y su poder. Si podemos decir: “Señor, quiero tratar de perdonar a tal persona” ya hemos iniciado el proceso. Dios está actuando en nuestro corazón y tal vez nos pida luego dar un paso más, como por ejemplo, enviarle un texto o contactar a la persona. Lo bueno es que, con cada paso que demos, el Señor nos infundirá un poco más de su propia misericordia y amor para que los demos a otros, y así todo el proceso es posible y valioso.
“Jesús amado, te doy infinitas gracias por tu gran misericordia. Concédeme la gracia de ser yo también compasivo y comprensivo y no guardar resentimientos de ninguna clase.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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