Esta es la esencia misma del Evangelio. Él es la “semilla” que cayó en la tierra, murió y produjo abundante fruto. Ahora, los que hemos sido bautizados en su muerte y su resurrección estamos igualmente llamados a entregarle nuestra vida —es decir, morir a la vida de pecado— para que también demos mucho fruto
La idea de morir como un grano de trigo es algo que a veces nos atemoriza, porque el costo del discipulado nos parece excesivo. Incluso Jesús, el Hijo de Dios, se sintió intimidado: “Ahora… tengo miedo” (Juan 12, 27), cuando pensó en la agonía que tendría que soportar en Getsemaní; pero él sabía que por su muerte y su resurrección mucha gente llegaría al Reino de su Padre.
El autor de la Carta a los Hebreos, refiriéndose a esta lucha de Cristo, explicó que el Señor “ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas”, pero que “A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen” (Hebreos 5, 7-9).
Este es el fruto de la crucifixión de Cristo, la “hora” para la cual vino al mundo. Por su muerte, Jesús pagó la deuda de pecado que nosotros adeudábamos y ganó para nosotros la vida eterna. Dios Padre demostró la inmensidad de su amor estableciendo una Nueva Alianza con su pueblo, un pacto escrito en el corazón de los fieles (Jeremías 31, 33). A diferencia de la antigua alianza, que fue quebrantada una y otra vez por el pueblo de Israel, la Nueva Alianza es inviolable porque no depende de la imperfección y la flaqueza del corazón humano, sino de la presencia del Espíritu Santo, que concede la gracia a todos los que se acercan a Dios con humildad y confianza.
“Señor mío Jesucristo, concédenos tu fortaleza para superar el miedo a la muerte y morir a nosotros mismos como un grano de trigo, para que demos mucho fruto al trabajar por la construcción de tu Reino en la tierra.”
Jeremías 31, 31-34
Salmo 51 (50), 3-4. 12-15
Hebreos 5, 7-9
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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