viernes, 23 de enero de 2015

Antes y después

SAULO - PABLO
Antes del después del encuentro

Cuando el corazón de Saulo más ardía de furia contra los seguidores de Jesús y se dirigía camino a Damasco para acabar con la “falsa doctrina”, se da el encuentro más fascinante y cautivador de su historia. Saulo cayendo al suelo y cegado por una brillante e intensa luz es encontrado por Cristo.
La Iglesia celebra el 25 de enero la fiesta de la Conversión de San Pablo Apóstol. Esta imagen de Pablo convertido se desprende de las páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde se narra en tres ocasiones el repentino cambio de Saulo de violento perseguidor de la Iglesia a apóstol de Jesucristo.

La vida de Pablo se puede dividir en dos partes: antes y después de Damasco. Allí hubo un gran impacto, una elección inesperada y una respuesta incondicional.

Saulo era ciudadano romano, hebreo e hijo de hebreos. Era tejedor de tiendas, por profesión. Era además, un judío fiel, para el cual era de fundamental importancia el cumplimiento de la Torá, ya que por medio de esta, alcanzaría la justificación. Una prueba de su gran empeño en el judaísmo y sobre todo de su celo en mantener las tradiciones de los padres es el hecho de que perseguía a la Iglesia de Dios intentando destruirla (Gál 1,13).

Su modo de proceder: entraba en las casas, se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel (Hch 8,3). En una segunda fase, pide la autorización, de extender su acción inquisidora fuera de la ciudad de Jerusalén. “Entre tanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presento al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que, si encontraba algunos seguidores del Camino (comunidad de creyentes), hombres o mujeres los pudiera llevar presos a Jerusalén” (Hch 9,1-2). “Mi furia contra ellos llegó a tal extremo, que los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hch 26,11).

“Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente lo envolvió una luz venida del cielo cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo ¿por qué me persigues? Él preguntó: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor le respondió: yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, entra en la ciudad allí se te dirá lo que debes hacer” (Hch 9,3-9).

En el llamado de Pablo se manifiesta la gratuidad de la acción de Dios. Él lo llama para revelarle el Evangelio de Cristo, es decir, a su Hijo como fuente de la salvación para todos los hombres. Es evidente el contraste entre la acción de Pablo, perseguidor de la Iglesia, y la de Dios que lo llama con su gracia para constituirlo proclamador del Evangelio de Jesucristo. “Por la gracia de Dios soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1Cor 15,10).

Cuando Pablo piensa en su experiencia de encuentro con Jesucristo, la imagen que le viene a la mente es la de una fuerza que lo ha arroyado: “He sido conquistado por Cristo”. A partir de ese momento todos sus parámetros de juicio y de elección ético-religioso cambian. La historia religiosa de Pablo está marcada por esta experiencia espiritual que fue tan intensa y profunda que modificó de manera irreversible su vida toda.

Existe un gran contraste entre el pasado del judío celoso y observante para conseguir la justificación según la ley, y la nueva relación que vive con Dios por medio del conocimiento de Jesucristo. A la justicia que procede de la ley Pablo contrapone, la justicia que procede de Dios, basada en la fe (Flp 3,9). En lugar de la ley, ahora se encuentra Cristo Jesús. Pablo da el salto del dios de leyes: que recompensa lo que él hace, al Dios revelado en la persona de Cristo Jesús con el cual todo es gracia.

“Pero, lo que antes consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Más aún, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él con una salvación que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios y se funda en la fe” (Flp 3,7).

Por: Simona Rosario Acosta
La autora posee un Bachillerato en Psicología y está por comenzar su noviciado en Bogotá, Colombia.

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