lunes, 26 de enero de 2015

San Jerónimo y la corona triunfal de la castidad


El testimonio de San Jerónimo es la prueba de que, con la gracia divina y las mortificaciones, todos pueden vivir la virtud de la pureza.

El historiador Daniel Rops cuenta que, antes de su conversión definitiva, Jerónimo, "nacido de padres cristianos", "comenzó su vida como un joven curioso de todo, ávido de conocimiento, cuyo temperamento oscilaba entre un deseo sincero de piedad, y hasta de ascesis, y ciertas libertades menos morales" (1) Habiendo recibido la fe cristiana desde temprano, Jerónimo, todavía no se había decidido totalmente por Cristo, su carne todavía oponía resistencia moral a la fe que desde la infancia lo fascinaba.
su juventud, que culmina con una fuga decisiva hacia el desierto, ilustra muy bien el itinerario por el que pasan muchos cristianos, antes de convertirse. "Soy aquel hijo pródigo que malgastó su parte de la herencia paterna (....) y que todavía no sabe menospreciar las caricias de mis pasadas lujurias y, ahora que me empeño en querer superar mis vicios, ocurre que el diablo procura aprisionarme en nuevas redes" (2), confesaba el santo, en carta dirigida a Teodósio y otros monjes anacoretas. Años más tarde, el santo no temería admitir que fuera varias veces vencido por el mal: "Si elevo la virginidad hasta el cielo, no lo hago por poseerla, sino por admirar lo que no tengo" (3) Esas palabras, ciertamente difíciles de escribir, revelan como, en cualquier época, donde abundó el pecado siempre es posible que superabunde la gracia (cfr. Rm 5,20)  El testimonio de "revuelta" de Jerónimo, unido con el ejemplo de las "Confesiones" de un San Agustín, es la razón de esperanza para aquellos que, habiendo pasado por el valle de la sombra de muerte (cfr. Salmo 23,4) quieren ahora conformarse a una vida iluminada por el Verbo de Dios. (cfr. Salmo 119,105)

Mientras tanto, San Jerónimo no pretende eludir a nadie con las facilidades de una vida mansa. Definitivamente, ese no es el camino para quien quiere poseer la virtud de la pureza. Ese propósito, a él le hizo alertar que son justamente los que luchan los principales blancos del demonio. "El diablo no procura hombres infieles, que están afuera, cuya carne el rey asirio ya quemó en las hornallas. Es la Iglesia de Cristo que él pretende arruinar" (4) "Cuidado si sufres de tentaciones!" alertaba el Santo Cura de Ars. Y explicaba:
“¿ A quién el demonio más persigue? Tal vez encuentres que las personas que son más tentadas, son indudablemente los bebedores, los provocadores de escándalos, las personas poco modestas y sin vergüenza que están en la mugre, en la miseria del pecado mortal, que se encaminan en toda especie de malos caminos. No, mi querido hermano" No son esas personas! (...) Las personas más tentadas son aquellas que están dispuestas, con la gracia de Dios a sacrificar todo por la salvación de sus pobres almas, que renuncian a todas las cosas que la mayoría de las personas buscan ansiosamente. Y no es un demonio solo que las tienta, sin millones de demonios que procuran armarles celadas" (5)

“Las personas más tentadas son aquellas que están listas (...) a sacrificar todo por la salvación de sus pobres almas". Esta verdad, que San Juan María Vianney predicaría en la Francia del siglo XVIII, fue confirmada con fuerza por San Jerónimo cuando él todavía joven, decidió refugiarse en el desierto y decir "no" a su vieja vida de placeres. Su relato es impresionante, al punto de que el Cura de Ars comentó: "Yo no creo que exista un santo que haya sido más tentado que él" (6). Es lo que Jerónimo escribe:

“Cuando vivía en el desierto, exhausto por el calor del sol, en la basta soledad que da a los eremitas una solitaria morada, cuántas veces los placeres de Roma parecían asaltarme! Permanecía solo, porque estaba repleto de amargura. Los hábitos desfiguraban mis miembros y mi piel flaca se volvía negra como la de un etíope. Lloraba y gemía todos los días, y cuando el sueño comenzaba a superar mis luchas, mis huesos desnudos se chocaban con dificultad contra el suelo. De mi  comida y bebida no hablo, pues, todavía agotado, para los eremitas, beber agua fría y aceptar alguna comida cocida ya era visto como una extravagancia. Aunque en mis miedos del infierno yo me encerrase en esa prisión, donde no tenía otra compañía a no ser la de los escorpiones y de las fieras salvajes, frecuentemente me veía rodeado por un bando de mujeres. Aunque mi carne estuviese como muerte, con mi rostro pálido y mi cuerpo macerado por el ayuno, mi mente se quemaba de deseo, y las llamas de la lujuria todavía hervían en mi. Desamparado, yo me tiraba a los pies de Jesús, derramaba sobre ellos mis lágrimas y los enjugaba con mis cabellos: y entonces sometía mi cuerpo rebelde a semanas de abstinencia. (...) Recuerdo cuanto clamaba en voz alta toda la noche hasta el romper del día, sin parar de batir mi pecho hasta que, la reprensión del Señor, volviese a dejarme tranquilo. Yo llegaba a temer mi propia celda, como si ella supiese de mis pensamientos, y, entonces irritado conmigo mismo, salía solito por el desierto. Donde yo encontraba valles con cavernas, montañas rocosas o despeñaderos, allí hacía mi oratorio, a fin de corregir mi carne infeliz. Ahí, -y dicho por el propio Señor y mi testimonio- después de haber derramado copiosas lágrimas y estirar mis ojos al cielo, yo me sentía algunas veces entre los coros angélicos, que con gozo y alegría cantaban: "Como perfume derramado es tu nombre, por eso las jóvenes se enamoran de Ti" Ct.1,3 (7)

En la lucha para vencer las tentaciones de impureza, el hombre es obligado a tomar una decisión. O él cede a la impureza y, poco a poco, pierde la fe -al final, como enseña el bienaventurado Fulton Sheen, "quien no vive de acuerdo con aquello en que cree termina creyendo aquello que vive"- o combate el buen combate (cfr. 2 Tm 4,7) y, entonces, gana la corona de la pureza, como aconteció con San Jerónimo.

Que alegría debe haber sido para el santo verse rodeado de los ángeles, después de tantos combates y penitencias! Y que alegría será también para nosotros contemplar el Rostro de Dios, después de las penurias de éste valle de lágrimas! 
Confiémonos a la intercesión de San Jerónimo, y no nos desanimemos ante las tentaciones, sino más bien creamos: "Cuando te decidas con firmeza a tener vida limpia, la castidad no será para tí una carga, será corona triunfal" (8)


Equipo Christo Nihil Praeponere

Referências

  1. Henri Daniel-Rops. A Igreja dos Apóstolos e dos Mártires. São Paulo: Quadrante, 2014. p. 527
  2. São Jerônimo, Epistola II
  3. São Jerônimo, Epistola XLVIII, 20
  4. São Jerônimo, Epistola XXII, 4
  5. Santo Cura de Ars, Sermão sobre as tentações, p. 9-10
  6. Ibidem, p. 11
  7. São Jerônimo, Epistola XXII, 7
  8. São Josemaría Escrivá, Caminho, 123

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