jueves, 29 de enero de 2015

Dirección espiritual: las pruebas

La cruz no es la excepción, es la regla. No es posible seguir a Jesús sin ella.

Las dificultades y los sufrimientos de la vida son, en general, los motivos que llevan a las personas a procurar dirección espiritual. Al sacerdote cabe iluminar con la luz del Evangelio esas situaciones tan delicadas, procurando dar un sentido a ellas.

El famoso terapeuta Viktor Frankl, fundador de la Logoterapia, afirmaba que el sentido de las cosas era fundamental para que se alcance el equilibrio psíquico y, para eso, citaba al filósofo ateo Friedrich Nietzsche  que decía que "el ser humano es capaz de soportar cualquier cosa si tiene un porqué"

Siendo así es necesario antes que nada entender lo que significa la prueba. En griego πειρασμός ( peirasmos) es traducida de dos maneras: tentación y prueba. Ambas poseen el mismo contenido semántico, pero, a lo largo del tiempo, hubo una diferenciación técnica entre ellas. La tentación es usada cuando el sujeto es el Diablo, y prueba cuando el sujeto es Dios. Hubo un cambio de finalidad, como se ve.

El Diablo sólo tiene un objetivo, por el cual no descansa:  hacer que el hombre pierda su alma. Luego, cuando el sufrimiento tiene origen demoníaco, la finalidad es siempre esa: llevar al hombre al fuego del infierno, para la muerte eterna. En ese sentido, no siempre es interesante para el Diablo tentar al hombre por el sufrimiento, más fácil es mantenerlo en confort, usufructuando del bienestar de la vida material, pues así estará dando sólo pasos largos rumbo al abismo.

Dios, por el contrario, no tienta al hombre, conforme atestigua la Sagrada Escritura: "Nadie, al ser tentado, debe decir: "Es Dios quien me tienta", pues Dios no puede ser tentado por el mal y tampoco tienta a alguien" (Tg 1,13) Eso no significa, por lo tanto, que Dios no permita que las pruebas acontezcan. El tiene otra finalidad. El prueba a sus elegidos porque quiere ver el amor y la santidad florescer en sus amigos.

Enseña san Pablo, en el famoso Himno de la Caridad (I Cor 13, 1-13) que si no tiene amor, nada hay. Lo que santifica al hombre es el AMOR. Por lo tanto, no es una cuestión de rezar o no rezar, sufrir o no sufrir, pero si, de amar o no amar. Y queriendo promover el amor, Dios permite las pruebas.

El ejemplo de San Padre Pío es contundente. El tenía tentaciones, promovidas por el Diablo, a fin de que vacilase en su fe y se perdiese. Las pruebas, a su vez, Dios las permitía para fortalecer el santo en el amor.

Pero, ¿por qué Dios promueve el crecimiento del amor por medio del sufrimiento? Por una razón muy simple: la Cruz no es la excepción, es la regla. No es posible seguir a Jesús sin ella. "Si alguien quiere venir detrás de mi, renuncie a sí mismo, tome su cruz, cada día y me siga" (Lucas 9,23) Por lo tanto, la cruz es la condición para seguir a Cristo.

Siendo así, ¿por qué Dios lo quiso de ese modo? Porque en el mundo donde reina el egoísmo y el pecado, solamente por la purificación (cruz) es posible hacer florecer el amor: “Sine sanguinis effusione non fit remissio", o sea, sin derramamiento de sangre no hay redención (Hb 9,22), pues es así que el amor manifiesta su verdadera naturaleza. El es un pacto de sangre en que se afirma "yo derramo mi sangre, pero no desisto de ti"

Dios quiere que el hombre crezca en amor hasta la estatura de Cristo. Muchos cumplen con su obligación, realizan todo con celo y son buenos cristianos, etc. pero son atacados repentinamente por la vanidad y por la soberbia. Se ven mejor que los demás, pues está "haciendo todo bien". En ése momento es que Dios entra para "contrariar", para comenzar la purificación. Y como es Dios quien actúa recibe el nombre de purificación pasiva.

Es importante recordar que en el crecimiento espiritual existen tres faces -vías-:

  1. Purgativa (iniciados)
  2. Iluminativa (proficientes)
  3. Unitiva (perfectos)
En el pasaje de la primera a la segunda fase, entra la fase de la cruz. Es ella que promueve la purificación, pues la persona ya hizo todo lo que podía sola  y no es capaz de avanzar más espiritualmente, por eso Dios da la oportunidad a la persona de progresar y purificarse.  

Ese proceso es diferente entre las personas de vida activa y contemplativa. Los contemplativos son purificados por medio de la aridez espiritual, o como San Juan de la Cruz llama "noche oscura de los sentidos". Ya en los activos esa "noche" se manifiesta en pruebas reales: dolencias, persecuciones, desaliento pastoral, que Dios permite que ocurran.

La purificación es importante, pues prepara a la persona para Dios. Y ella acontecerá o en ésta vida o en el purgatorio, eso es cierto. Santo Tomás enseña que la mayor de las penas en esta tierra equivale a la menor de las penas en el purgatorio, o sea, es mejor sufrir aquí que en el purgatorio.

El sufrimiento debe ser encarado como una gracia, un don de Dios. El padre Reginald Garrigou-Lagrange, famoso autor espiritual, al hablar sobre la santificación de los sacerdotes en su obra "Las tres vías y las tres conversiones", cita el ejemplo de un padre francés muy bien relacionado, que fue calumniado y suspendido injustamente. Delante de eso, se postró ante el Cristo crucificado y Lo alabó agradeciendo por la oportunidad de amarlo.

Así, delante de las pruebas o de la tentación, es necesario reflexionar sobre el motivo por el cual Dios está permitiendo una u otra. Y si Él lo permite es porque desea el crecimiento espiritual de sus hijos, por lo tanto, sólo resta arrodillarse delante de Él y repetir, como el padre francés: "Mi Dios, que oportunidad maravillosa de amarte!"

p. Paulo Ricardo

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