jueves, 19 de marzo de 2015

EL PECADO MÁS DIABÓLICO

¿Sabe Usted cuál es el pecado diabólico por excelencia? Así llama San Agustín a la envidiapecado diabólico por excelencia. San Gregorio Magno afirmaba que de la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por la prosperidad del prójimo.
No es de extrañar que San Pablo dijera que «la caridad no es envidiosa» (1 Cor 13, 4).


La envidia puede cegar a la persona hasta el punto de que realice las mayores monstruosidades. El primer abuso humano que describe la Biblia es consecuencia de la envidia. Así de sencilla y emotiva es la descripción del libro sagrado del Génesis. Caín presentó a Yahweh una ofrenda de los frutos de la tierra, también Abel le hizo una ofrenda sacrificando los primeros nacidos de su rebaño. A Yahvé le agradó Abel y su ofrenda, mientras que le desagradó Caín y la suya. Caín se enojó mucho y su rostro se descompuso. Yahvé le dijo:
¿Por qué te enojas y vas con la cabeza agachada? Si tú obraras bien, irías con la cabeza levantada. En cambio si haces mal, el pecado está agazapado a las puertas de tu casa. Él te asecha como fiera que te persigue, pero tú debes dominarlo.
Caín dijo a su hermano: «Vamos al campo». Y cuando estuvieron en el campo, Caín se lanzó contra Abel y lo mató.
Dios prefiere a Abel por su bondad, por su rectitud, por su búsqueda de Dios. En cambio no mira con buenos ojos a Caín por su conducta reprensible, por su mal corazón. Es sólo la envidia, al ver preferido por Dios a su hermano, la que mueve la mano de Caín, criminal para eliminar a su inocente hermano. Dios trata de enderezar al desesperado Caín, le pide cuentas de su mala acción, a fin de que la repudie y pida perdón. Caín no comprende la bondad de Dios y se imagina que su culpa es demasiado grande y no será perdonada. Piensa en huir, en huir de Dios mismo, en huir caminando siempre errante, en huir sin domicilio apetecido, pero Dios le participa que no permitirá que nadie le castigue a causa de su pecado, que es el gran temor de Caín. Dios le promete: nadie te matará, «si alguien te matare yo te vengaré 7 veces».
El primer crimen que mancha la historia de la humanidad es consecuencia de la envidia entre hermanos. Se repetirá la historia millones de veces. Los celos son asesinos «por la envidia del diablo entró la muerte al mundo» (Sab 2, 24).
El pecado de la envidia destruye la paz del alma y hace del envidioso alguien absolutamente miserable. Cuán infeliz debe haberse sentido Saúl por la popularidad de David (1 Sam 18, 8-9). Ajab no pudo hallar descanso sino hasta que poseyó el viñedo de Nabot (1R 21, 4ss). El hijo mayor, el «hijo bueno» se irritó ante el regreso de su hermano pródigo (Lc 15, 28). Los trabajadores de la viña reclamaron porque los últimos trabajadores recibieran tanto como los primeros (Mt 20, 12).
La envidia es la impronta del perdedor, un mecanismo de defensa que usamos para evitar el hecho de que no somos el número uno. La virtud del otro, irrita al envidioso, el éxito del otro y la alabanza al otro lo enferman.
Pero ojo, la envidia no se da solamente en ambientes paganos. Puntualiza el Manual de la Legión de María al tratar de las relaciones de los socios entre sí:
la envidia de suyo, raras veces es cosa pequeña: es indicio de un corazón amargado; envenena las relaciones humanas dondequiera que penetra. En el malicioso se convierte en una fuerza destructiva, capaz de llegar a los mayores excesos. Pero también tienta al corazón generoso y limpio, precisamente en lo que éste tiene de más sensible y afectuoso.
Cuando Frank Duff creó la Legión de María, cada uno de los pasos que fue dando, estuvieron marcados por la cruz de la envidia. Resulta impresionante conocer detalles de su lucha «civilizada, pacífica y paciente». Tropezó con un sinfín de maniobras tendientes a neutralizar el apoyo clerical al movimiento.«Particularmente hubo una Orden en la Iglesia, que luchó durante años contra la Legión con todas sus fuerzas». Duff, insertó en las Constituciones de la asociación esta advertencia:
Recordemos siempre que la obra del Señor, llevará el signo distintivo del mismo Jesucristo: la cruz. Toda obra que no lleve la huella de la cruz, difícilmente podrá acreditarse de obra sobrenatural, y nunca será verdaderamente fructuosa.
Será el deseo de la felicidad que poseen los demás, la causa de que se proyecten y se realicen los más sañudos crímenes. La envidia es ciega y no permite que se vean las consecuencias de los pensamientos que origina. Caín es el primero, pero pasarán legiones de envidiosos provocando monstruosos hechos de sangre, sin embargo ninguno de nosotros querrá admitir que fue la envidia la causa de su desvarío, y tratará de buscar inútilmente una causa inexistente siquiera para justificarse ante sí mismo.
La envidia puede destruir la paz de una familia, la buena fama del prójimo, la felicidad de las personas, truncar una vocación, impedir el desarrollo de un grupo eclesial, la santidad del prójimo.
Guillermo Juan Morado
Sacerdote diocesano. Doctor en Teología por la PUG de Roma y Licenciado en Filosofía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario