jueves, 19 de marzo de 2015

RESONAR DE LA PALABRA - 20 MAR 2015



EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan (7,1-2.10.25-30):
En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes se marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero éste sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene.»Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado.»Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.
Palabra de Dios

Comentario al Evangelio de hoy viernes, 20 de marzo de 2015
por Enrique Martinez, cmf para Ciudad Redonda

ÉL SE LO HA BUSCADO



         Según nos vamos acercando al Triduo Pascual, las lecturas nos van explicando por qué Jesús acabó en la cruz. Para que cuando miremos a Jesús Crucificado, no se nos olvidé «por qué» está ahí. Con demasiada frecuencia «se nos olvida» el contexto histórico, y nos fijamos en «cuánto sufrió» por nosotros, pensamos en que murió para cumplir la voluntad del Padre, para así poder salvarnos... entendiendo esta expresión en el sentido de que el Padre «habría necesitado» que su Hijo muriese de esa manera, que era esa su voluntad. Lo cual es, como poco, una blasfemia. Ningún dios que se presente como el Dios Amor puede tener semejantes pretensiones. Ningún padre humano «normal» querría algo así para su hijo del alma. ¡Cuánto menos Dios!.  
      Lo que sí es verdad es que una misión como la que recibió Jesús (igual que antes muchos profetas, y también después) tiene un altísimo riesgo de terminar bruscamente. Y el Padre y el Hijo tuvieron que asumirlo. En este sentido, la voluntad del Padre era que el Hijo llevase adelante su encargo, sin echarse atrás bajo ningún concepto... aunque eso le costase la vida. Por eso la muerte de Jesús en la cruz es, antes que nada, una denuncia de los poderes e intereses de este mundo, que no soportan a un «justo» y procuran desprestigiarle, silenciarle, arrinconarle, y aun acabar para siempre con él. También hoy. Incluso dentro de la propia Iglesia.
"También muchos pensadores en la Iglesia han sido perseguidos. Pienso en uno, ahora, en este momento, no muy lejano a nosotros, un hombre de buena voluntad, un verdadero profeta, que con sus libros reprendía a la Iglesia porque se alejaba del camino del Señor. Enseguida le han llamado, sus libros han acabado en el índice, le han quitado las cátedras y este hombre termina así su vida: no hace mucho tiempo. ¡Ha pasado el tiempo y hoy ¡es beato! ¿Cómo es posible que ayer fuera un hereje y hoy sea un beato? Es que ayer, los que tenían el poder querían silenciarlo, porque no gustaba lo que decía. Hoy la Iglesia, que gracias a Dios sabe arrepentirse, dice: 'No, ¡este hombre es bueno!' Es más, está en el camino de la santidad: ¡es un beato!" (Papa Francisco)
          Jesús se encontró la mayor oposición a su mensaje «dentro», en los que tenían autoridad y cargos, y estaban convencidos de que ser fieles a las tradiciones consistía en «momificarlas» y darles algún que otro retoque de maquillaje si acaso. Y en los que tenían el poder económico y político. 
       «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios». Jesús resultó incómodo, en primer lugar, a las autoridades políticas y religiosas, cuando denunció que, en el nombre de Dios, y por el bien del pueblo (¡cuántas barbaridades conoce la historia detrás de estas «justificaciones») se aprovechaban de sus cargos para su propio interés y pretendían tener la exclusiva de la verdad y del conocimiento de Dios. Baste recordar la escena a la entrada del Templo que, según el cuarto evangelista, supuso su sentencia de muerte. Da igual que lJesús levante de su camilla a un paralítico que lleva así 38 años. Da igual que saque de la tumba a Lázaro. Resulta incómodo y ya está.
      Resultaba (¿en pasado?) incómodo para los que habían convertido su religión (por su educación errada, entre otras razones) en un montón de ritos, cumplimientos, mandamientos... que les hacían creer que ya estaban en orden con Dios. Pero que, con excesiva frecuencia, ignoraban la misericordia, la justicia, la fraternidad, la atención al débil, al enfermo, al pecador... a quienes excluían de derechos, atenciones y hasta de las prácticas religiosas (o sea: de acceder libremente a Dios). Y con la Escritura en la mano, rechazaban las «obras» del que había venido de parte de Dios a anunciar la Buena Nueva de la salvación: para los pobres, los ciegos, los lisiados, los prisioneros, los pecadores... No eran capaces de dejarse llevar por el Espíritu de Dios (cuánto le costó entender esto a Nicodemo) para ir mucho más allá de los pequeños límites que les marcaba la Ley.
         «Lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente». Cuando alguien «pasa» de murmuraciones, de críticas, de lo «políticamente correcto» y se atreve a hablar del Dios al que conoce (es decir, el Dios que forma parte de su vida, del Dios para el que y con el que vive), cuando proclama abiertamente que Dios es su Padre... enseguida muchos se le echan (en presente) encima. «Guárdate para ti tus creencias, está anticuado hablar de religión, respeta a los que no creen lo que tú, no te metas en temas políticos...». «¿Quién te crees que eres? Pero si ni siquiera has estudiado teología, si ya sabemos de dónde has salido....
           El caso es que, también yo tengo que reconocer que la vida del Justo, la de Jesús y la de otros «justos» me resulta incómoda cuando miro a la mía. Cuánta incoherencia y cuánto me falta «conocer» a Jesús y ponerme de su parte, y ser realmente de los suyos, y gloriarme de que Dios sea mi Padre. 
         Él «se buscó» que lo mataran, pero estaba convencido de que «hay quien se ocupaba de él». Cierto, lo resucitó para nuestra salvación. Y convendrá recordarlo cada vez que miremos una cruz, pensando también en tantos crucificados. Porque en la cruz y en las cruces... me anda buscando.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

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