martes, 24 de marzo de 2015

ME ARREPIENTO DE NO HABER LLORADO

ME ARREPIENTO DE NO HABER LLORADO

Hace un tiempo atrás pasé por una dificultad que me humilló bastante. Al encontrar que la situación era injusta, me endurecí. No vertí una sola lágrima siquiera. No me permití llorar delante de las personas que me enfrentaban ni aún después de largo tiempo. Lo confieso: ¡cuánto mal me hizo aquello! Era como si me hubiese intoxicado con todos aquellos sentimientos ruines que no permití que las lágrimas purificasen. Demoré años en purgar aquel disgusto y poner fin a aquella angustia que me había herido. Para los otros, fue una victoria haberme mantenido rígido, de pie, sin dar señales de aparente fragilidad.
Antes, yo hubiese llorado y me hubiese dejado tocar por el dolor y por el sufrimiento.
Ciertamente, habría superado todo aquello mucho más rápido. Solamente cuando acepté lo que me sucedió, y lloré mi dolor, Dios pudo curarme.

Hace tiempo encontré una señora en Río de Janeiro. Era una madre en búsqueda de su hijo. Secuestraron al joven a la vista de todos. Pero nadie osaba testimoniar. Ya habían pasado seis años desde que él fue llevado. Ella ciertamente sabía que su hijo ya no vivía más. ¿Qué hacer en una situación sobre esa? ¿Qué decir? No hay qué decir. La abracé. Lloramos juntos. Es necesario llorar las muertes de las personas que amamos. Es necesario llorar su partida. No por causa de ellas, sino por nuestra causa, nosotros lo necesitamos.

En el don de lágrimas se cumple la promesa de Jesús: “Yo los aliviaré y daré descanso a sus corazones” (cfr. Mt 11,28-29) El llanto desata el nudo en la garganta, desaprieta el alma y suaviza el dolor. Las lágrimas curan nuestros dolores y transforman la salud de la persona que se fue con la certeza de que vamos a reencontrarla. Solo el Espíritu Santo tiene el poder de transformar la salud en esperanza.
Cuando estamos impedidos de hacer cualquier cosa, cuando estamos impotentes, y no podemos pagar la deuda que creció descontroladamente, cuando no conseguimos convencer a aquella persona de volver a casa o cuando el resultado de los exámenes revela que la dolencia es incurable, las lágrimas se vuelven nuestro único recurso para aguantar el peso del dolor y la dureza del sufrimiento.

Dios, que está siempre atento y que de nosotros nunca quita los ojos, dice: “Oí tu oración, y vi tus lágrimas. Por eso voy a curarte” (II Reyes 20,5)
No tengamos dudas: Él viene a nosotros y nos ayuda.

En el don de lágrimas, Dios nos libera, alivia nuestro dolor y nos cura. Cuando aceptamos  el dolor y el sufrimiento, tomamos posesión de él, el se vuelve nosotros, y solo así podemos ofrecerlo a Dios. Entonces, el padre de los Cielos como un habilidoso escultor, va disolviendo en nuestras lágrimas el barro de nuestras miserias, dolores y desgracias para hacer de todo eso una realidad nueva.
Hay un nuevo comienzo, y así la propia vida se renueva todas las veces que cayendo de rodillas en oración, rasgamos el corazón delante del Señor.

Márcio Mendes
Libro: “O dom das lágrimas”
Editora: Canção Nova.

Adaptación Del original en português

No hay comentarios:

Publicar un comentario