miércoles, 26 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 13, 22-30


En el Evangelio de hoy, un hombre le preguntó a Jesús: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”

Siendo judío, seguramente creía que, como Yahvé era el Dios de Israel, nadie más que los judíos entrarían en el Reino de los cielos, de modo que los gentiles no tenían esperanza alguna y menos los pecadores.

Pero, con su respuesta, el Señor puso todo al revés, o mejor dicho, al derecho: “Los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros.” Una declaración desconcertante, que enfureció a los fariseos. Y Jesús no se limitó a eso: también trababa amistad con pecadores y marginados. Para los judíos, estas acciones eran una traición para la gente “virtuosa”, como ellos; pero Jesús declaró que él había venido a buscar y salvar a todos los que creyeran en él, se arrepintieran de sus pecados y se convirtieran.

El mundo está lleno de clubes exclusivos, privilegios y tratos especiales para sus socios, pero el Señor anunció la buena noticia del Reino de Dios para todos, especialmente los menos privilegiados y los que son víctimas de injusticias y abusos. A los judíos que pensaban que el cielo estaba reservado para ellos, les decía: den frutos de conversión; si no, su condición de privilegio no les beneficiará en nada.

Jesús enseñó que para entrar en el Reino de los cielos era necesario convertirse y lo consiguió en varios casos, con personas que costaría imaginarse que se convertirían. Numerosos fueron los pecadores que realmente prestaron atención a la invitación a la conversión y se incorporaron al Reino; en cambio, muchos otros, supuestamente religiosos, se negaron a aceptar la invitación y así se excluyeron del Reino.

No nos corresponde a nosotros decir quiénes llegan al cielo. Eso es algo que depende de la sabiduría y la misericordia de Dios; es decir, hay que dejar que Dios sea Dios. Al final de cuentas, la salvación no es algo que uno pueda comprar; es un regalo que Dios nos concede, pero eso no significa que no debemos tratar de merecerlo.

Gracias a nuestro Bautismo, formamos parte del nuevo Pueblo Escogido y es preciso esforzarse por producir los frutos del Reino, es decir, llevar una vida recta de amor, verdad y compasión.
“Amado Jesús, te amo con todo mi corazón y te pido que me concedas el privilegio de llegar un día a compartir la gloria celestial contigo.”
Efesios 6, 1-9
Salmo 145(144), 10-14

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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