lunes, 31 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 14, 12-14

El fantasma de Halloween reaparece a fines de cada octubre, reforzado por una enorme campaña de mercadeo que presenta un horroroso desfile de brujas, zombies, vampiros y monstruos haciendo de la muerte un producto de consumo más.


La palabra “Halloween” es una variante lingüística de la frase All Hallow’s Eve (Víspera de Todos los Santos), la festividad que se celebra en la Iglesia Católica cada 1º de noviembre.

Lo malo es que la correspondencia entre el Halloween y el satanismo no sólo obedece al tipo de disfraces, sino a un verdadero sentido de adoración satánica, llegando a ser ésta su principal celebración. La lógica nos lleva a pensar que entre más grotesco sea algo, menos atractivo debería ser, pero en el caso de Halloween, resulta todo lo contrario.

Los efectos del mercantilismo, del consumismo y, por qué no decirlo, de la indiferencia y falta de autoridad de muchos padres católicos, llevan a aceptar un absurdo culto a la muerte y a todo lo grotesco, con el efecto de que cada día nos vamos haciendo inmunes a lo repulsivo.

Y Halloween es el ejemplo perfecto de esta subcultura. Muchos dirán que es sólo un disfraz, sin embargo, desde pequeños se les va inculcando a los niños que lo malo es divertido, aunque sea por un día. Eso es totalmente anticristiano, un relajamiento de la vida de la virtud, una mancha en la formación de la conciencia de los hijos.

¿Qué podemos hacer para que nuestros hijos no asimilen esta cultura? Rezar mucho primero, reunirlos y explicarles, bastante antes de la fecha, con sencillez y claridad, pero con firmeza, lo negativo que conlleva el Halloween, enseñándoles que, por el contrario, Dios quiere que seamos buenos siempre y que no nos identifiquemos ni con brujas ni monstruos ni zombies, pues nosotros somos hijos de Dios. Además, aclarar cualquier duda que tengan.

Los niños pueden disfrazarse de ángeles, monjitas u obispos y preparar pequeñas bolsas con dulces o tarjetitas con mensajes espirituales para que vayan de casa en casa regalando esos pequeños obsequios sin decir “dulce o truco” ni pedir golosinas, sino anunciando que la Iglesia Católica tendrá mañana una fiesta muy importante para celebrar a aquellos que han sido santos, como todos deberíamos serlo.
“Amado Señor Jesús, protege a nuestros hijos pequeños, te rogamos, de toda mala influencia cultural o espiritual, especialmente en este día y ayúdanos a enseñarles bien la fe cristiana.”
Filipenses 2, 1-4
Salmo 131(130), 1-3
fuente Devocionario Católico la Palabra con nosotros.

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