jueves, 27 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 13, 31-35



Jesús, nuestro Señor, reafirma su decisión de seguir cumpliendo el plan de su Padre: “Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana”.

El Señor marcó de esta forma la pauta que más tarde seguirían los mensajeros del Evangelio ante las persecuciones: no doblegarse ante el poder temporal.

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas y apedreas a los profetas que Dios te envía!” Este lamento del Señor produce ahora en nosotros una tristeza particular, debido a la sangrante persecución de que son víctimas hoy los cristianos y otros grupos en el Medio Oriente. Este lamento condensa la experiencia del propio Jesucristo crucificado, que llora por la suerte de su pueblo; son palabras de los apóstoles de la Iglesia cristiana, que también predican con y sin persecución.

En un plano histórico, es probable que aquí tengamos una referencia a la destrucción de Jerusalén del año 70, que vino a significar el final violento de un orden sagrado milenario, hecho que constituyó para el pueblo de Dios una de sus experiencias más dolorosas. La historia antigua termina, el camino de Israel acaba siendo una senda de fracaso; pero sobre las ruinas de la antigua ciudad de los profetas se levanta la señal de la salvación universal, la señal de Jesús crucificado y resucitado que hoy vive para siempre.

San Agustín dice que, en tiempo de persecucióne, los pastores no deben abandonar a los fieles: ni a los que sufran el martirio ni a los que sobrevivan, como el Buen Pastor, que cuando viene el lobo, no abandona el rebaño, sino que lo defiende hasta dar su vida por él.

En nuestra época, con demasiada frecuencia, nos llegan noticias de persecuciones religiosas instigadas por violentos fanáticos islamistas en países del Medio Oriente, África y Asia. Las embajadas occidentales aconsejan a sus conciudadanos que abandonen la región y repatríen a su personal. Los únicos que permanecen son los misioneros cristianos, porque les parecería una traición abandonar a los “suyos” en momentos difíciles.

Para nosotros, parte de esa región es Tierra Santa, la tierra de Jesús y María. Por eso, el trabajo de promoción de la paz, especialmente en esa región, debe ser aún más intenso.
“Padre amado, te pedimos que protejas a tus misioneros y a todos los que predican la buena noticia de la salvación en cualquier parte del mundo. También te pedimos por la paz del mundo, especialmente en Jerusalén.”
Efesios 6, 10-20
Salmo 144(143), 1-2. 9-10

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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