viernes, 28 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 6, 12-19

Eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles. (Lucas 6, 13)
Hoy celebramos la fiesta de dos de los apóstoles menos conocidos, San Simón y San Judas. No es mucho lo que se dice de ellos en los evangelios. Sabemos que Simón nació en Caná y que le decían “zelote”. Esto significaba, probablemente, que políticamente simpatizaba con un grupo radical que creía que cualquier medio (incluso la violencia) era aceptable para lograr la independencia de la nación hebrea.

De San Judas sabemos que fue el apóstol que, en la Última Cena, le preguntó al Señor por qué se había revelado sólo a ellos y no al mundo entero.

Aun cuando las figuras de Simón y Judas se han ido desdibujando con el paso de la historia, sabemos que el Señor los escogió personalmente y les comunicó su gracia. Ellos acompañaron a Jesús, escucharon sus enseñanzas, conocieron el amor de Dios y, después de la ascensión de Cristo, fueron llenos del Espíritu Santo y predicaron el mensaje de la salvación en el mundo.

Tanto Simón como Judas respondieron a la gracia que recibieron de Dios. Por esa gracia, fueron capaces de creer en Cristo y realizar las obras que el Señor había preparado para ellos. Jesús desea ver en nosotros el mismo tipo de respuesta. Satanás quiere convencernos de que la gracia divina está fuera de nuestro alcance, pero la verdad es que el favor de Dios no es algo que pueda merecerse, sino que se nos da libremente en todo momento de cada día. Lo que debemos hacer es aceptarla consciente y de buena gana.

Siendo fieles bautizados en Cristo que vivimos por la fe, tenemos el privilegio de experimentar la gracia divina, pero a veces dejamos que los obstáculos nos impidan avanzar por el camino de la gracia. Quizá el corazón se nos inclina más por otros planes que rivalizan con los del Señor. Quizá hemos dejado de orar regularmente y no nos parece percibir la presencia de Cristo. Pero si renunciamos a nuestros propios planes y aceptamos la voluntad divina para nuestra vida, llegaremos a ser administradores más eficaces de la gracia de Dios.
“Señor Jesús, que me has escogido para ser tuyo, perdóname por no saber aprovechar bien tu gracia. Que venga tu Reino a mi vida hoy, Señor, te lo ruego, y también a la de mis familiares y amigos.”
Efesios 2, 19-22
Salmo 19(18), 2-5

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