jueves, 23 de febrero de 2017

Evangelio según San Marcos 9,41-50. 
Jesús dijo a sus discípulos: «Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. 
Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. 
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar? Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros». 



RESONAR DE LA PALABRA

Carolina Sánchez

Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo (San Jerónimo).

Queridos amigos y amigas:

Sabemos por los exégetas que la comunidad marcana era una comunidad pagana, marginal y perseguida. El contexto de persecución que sufrió esta segunda generación cristiana podía haber debilitado en cierta medida la fe de los creyentes. Marcos sale al paso de esta necesidad. Quiere recuperar la historia de Jesús en un momento en el que, por el paso del tiempo y la muerte de los primeros testigos, se corría el peligro de perder su memoria. El hilo cristológico central del relato evangélico tiene una consecuencia ineludible: el camino de los discípulos no puede ser diferente al del Maestro. De aquí la paciente tarea del Señor en instruir a sus discípulos sobre el camino de la Cruz. Sólo se puede confesar al Resucitado si, junto a Él, hemos recorrido su mismo camino hacia el Gólgota. En la Cruz se nos revela el verdadero Hijo de Dios vivo. Lo decíamos el pasado lunes.

San Policarpo, obispo de Esmirna, es un testigo de excepción en este seguimiento del Maestro hasta las últimas consecuencias. Es conmovedora la carta que la Iglesia de Esmirna escribe a los cristianos de Filomelio narrando el martirio de su santo obispo. Un martirio que curiosamente tiene relación con el fuego del que habla el Evangelio de hoy: Todos serán salados a fuego.

Me encanta la imagen del fuego porque es muy claretiana. Estas apasionadas palabras y otras parecidas brotaban del corazón de San Antonio María Claret: ¡Oh Jesús mío!, os pido una cosa que yo sé que me la queréis conceder. Sí, os pido amor, llamas grandes de ese fuego que habéis bajado del cielo a la tierra. Un fuego divino. Un fuego sagrado enciéndame, árdame, derrítame y derrítame en el molde de la voluntad de Dios (Autb. 446).

La radicalidad que plantea el Evangelio es estremecedora. Es una invitación a vivir hasta el final las consecuencias de la fe. Imagino el eco que tendrán las palabras de Jesús en las numerosas Iglesias perseguidas de la actualidad. La lista de mártires es ingente en nuestros días.

Pero, hay un detalle en el Evangelio que me impresiona especialmente: la razón de ser de los gestos tan extraordinarios y exagerados que Jesús propone realizar (sácate el ojo, córtate la mano…) no es otra que su amor por los pequeños del Reino. Me atrevería a decir, con absoluto respeto, que Jesús “pierde la cabeza” cuando son sus pequeñuelos los escandalizados, los maltratados… en lugar de ser objeto de nuestra ternura, de nuestro cuidado aún a costa de la propia salud, de la propia fama…de la propia vida. Jesús nos pide un amor heroico, como el de san Policarpo, como el de tantos mártires, conocidos y anónimos. ¿Cómo es posible? De ningún modo por nuestras propias fuerzas. Es Jesús quien nos dice lo que hará con nosotros: seremos salados a fuego. Seremos introducidos en el fuego de un amor que nos supera, que ensancha, hasta límites insospechados, nuestra pobre capacidad de amar. Salados a fuego para transformar en vida lo que de por sí es frágil y corruptible.

Cuentan que cuando el fuego alcanzó el cuerpo de Policarpo, éste parecía un pan que está cociéndose, o como el oro y la plata que resplandecen en la fundición. Que hoy seamos para todos, especialmente para los más pequeños, pan blanco, tierno y bien cocido, dispuesto para ser comido.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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