lunes, 13 de febrero de 2017

Meditación: Génesis 4, 1-15. 25


Si haces el mal, el pecado estará a tu puerta, acechándote como fiera; pero tú debes dominarlo. (Génesis 4, 7)

Si tú tienes hijos pequeños conocerás bien la siguiente situación: un niño recibe un lindo juguete de regalo por su cumpleaños y se olvida de todo lo demás. Pero otro niño decide quitarle el juguete para jugar con él diciéndole “Yo lo quiero.” El cumpleañero alega gritando “No, ¡es mío!” Lo que sigue es generalmente un episodio de tira y afloja y luego el llanto… ¡y todo por un juguete!

Un tipo más grave de celos y envidia es lo que vemos en el relato de Caín y Abel. Caín se siente envidioso porque Abel goza del favor de Dios y él no. Pero, ¿es eso lo que realmente sucede? La Escritura no dice que Dios esté contra Caín, sino que su ofrenda no fue agradable a Dios. En realidad, Dios se muestra bondadoso con Caín y le advierte de los peligros de la envidia (Génesis 4, 15).

Todos sabemos lo que son los celos y aunque uno no sea propenso a sentirlos, conocemos la tentación que es común a todos. En el mundo actual, tan competitivo, hay innumerables ocasiones en que alguien le gane a uno en alguna situación, por ejemplo, algo tan importante como conseguir un contrato de trabajo, o tan trivial como que alguien te corte el paso en el tráfico. Pero la magnitud de la tentación no es tan importante como la manera en que reaccionemos, porque podemos decidir sentirnos resentidos o bien relajarnos sabiendo que Dios nos dará todo lo que necesitemos, aun cuando sea algo en lo que no pensábamos.

La mejor manera de contrarrestar los celos o cualquier tipo de envidia es dar gracias por lo que uno ya tiene: principalmente el amor de Jesús. ¡Nada ni nadie puede quitártelo! Si solo dedicas 10 minutos cada día a alabar a Dios y darle gracias por su amor y sus bendiciones, verás que tu visión de la vida empieza a cambiar. Y si te haces el hábito de darle gracias a Dios día tras día, la vida te sonreirá más; los reveses y las frustraciones no tendrán acogida en tu corazón, porque sea lo que sea que tengas o no tengas, tú eres un hijo de Dios y, ¡en él lo tienes todo!
“Amado Cristo Jesús, gracias por tu amor, que es el don más valioso de todos. Gracias porque nunca me fallas, aun cuando yo sí he fallado. Tu gracia es todo lo que necesito.”
Salmo 50(49), 1. 8. 16-17. 20-21
Marcos 8, 11-13

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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