lunes, 27 de febrero de 2017

Meditación: Marcos 10, 17-27


Cuando un joven rico le preguntó al Señor cuál era la clave de la felicidad eterna, la verdad que tuvo que reconocer fue que, aun cuando parecía tenerlo todo, le faltaba un corazón generoso.

Lamentablemente, el joven no quiso desprenderse de nada. Al parecer, jamás había aprendido el secreto de que dar es mejor que recibir, porque nunca había aprendido que cuando se es generoso, la persona se hace más agradecida de las bendiciones que Dios le ha dado. Toda ocasión en la que uno da con magnanimidad es una demostración de que se ha enriquecido en aquello que realmente importa: compasión, humildad y bondad.

La generosidad también nos demuestra que todos hemos sido creados con igual dignidad y valor, sin importar la condición social, racial ni económica. Finalmente, cuando hacemos algún sacrificio para ayudar a los pequeños del Señor, nuestras acciones llegan al corazón de Dios.

Esto es lo que le sucedió a San Martín de Tours, joven soldado francés que pensaba hacerse cristiano. Un frío día de invierno encontró en la calle a un pordiosero que pedía limosna. Martín se detuvo, rasgó en dos la capa que llevaba y le dio la mitad al mendigo. Esa noche, en sueños, vio a Jesús en el cielo que llevaba la mitad de la túnica que le había dado al mendigo. “Señor —le preguntó un ángel— por qué usas una capa tan raída?” Jesús le contestó: “Mi siervo Martín me la dio.” Dándose cuenta de que al darle su capa al mendigo en realidad había vestido a Cristo, Martín se sintió tocado en el corazón e inmediatamente decidió hacerse cristiano y bautizarse.

¿Cómo se crece en generosidad? Primero, dándole gracias a Dios por su inmensa generosidad; segundo, orando por los necesitados; tercero, buscando ocasiones para ayudar a quien esté atribulado, o por ejemplo, ayudando a un niño o joven con sus tareas, visitando a un enfermo hospitalizado o a un preso, ayudando en un comedor para indigentes o recolectando comestibles y artículos de primera necesidad para los pobres.

Dile al Señor que te llene el corazón de su generosidad y su compasión por el prójimo y así descubrirás tesoros que no se pueden comprar con dinero.
“Jesús, Señor mío, ¿quién puede ser más magnánimo que tú? Concédeme, te ruego, un corazón generoso y compasivo, que sepa tender la mano al necesitado y compartir los bienes que tú me has dado.”
Eclesiástico 17, 20-28
Salmo 32(31), 1-2. 5-7

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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