sábado, 11 de abril de 2020

MEDITACIÓN: MATEO 28, 1-10

No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. (Mateo 28, 6)

Jesucristo ha resucitado. ¡Verdaderamente ha resucitado, aleluya!

En esta noche gloriosa toda la Iglesia prorrumpe en vítores y aclamaciones de gozo y celebración por la santa y gloriosa Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor, Rey de reyes y Señor de señores. Por eso, al iniciar la Liturgia entonamos el Pregón Pascual, que comienza diciendo:

“Alégrense, por fin, los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo y, por la victoria de rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación. Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del rey eterno, se sienta libre de las tinieblas que cubrían el orbe entero.

“Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo…. En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.”

Por eso, nos llenamos de admiración y reconocimiento de la realidad de la Pascua, pues la resurrección de Jesucristo no es una fábula, una parábola, una moraleja ni un símbolo. Es una verdad histórica, irrefutable e infalible. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya!

a resurrección de Jesucristo es el fundamento sólido de nuestra fe. Cristo resucitó de verdad con su cuerpo glorioso. Su resurrección es tan verdadera y gloriosa como lo fue su vida, su pasión y su muerte. Y así como su cruz siempre nos llama al arrepentimiento, a la admiración y al agradecimiento, lo mismo hace su resurrección, tan auténtica la una como la otra. ¡Verdaderamente Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!

Pero, ¿dónde encontramos hoy al Resucitado? Lo encontramos en las llagas sangrantes de una humanidad herida, dolorida y deseosa de salvación, en los que sufren, a quienes hemos de servir por caridad, y también en la Eucaristía, que es el Cuerpo glorioso y llagado de Jesucristo, el Pan partido y repartido para la vida del mundo.
“Amado Jesucristo, Señor mío y Dios mío, gracias infinitas por tu excelso sacrificio de amor en la Cruz y por tu gloriosa resurrección.”
Génesis 1, 1–2, 2 Génesis 22, 1-18
Éxodo 14, 15–15, 1 Isaías 54, 5-14
Isaías 55, 1-11 Baruc 3, 9-15. 32–4, 4
Ezequiel 36, 16-28 Romanos 6, 3-11
Salmo 118(117), 1-2. 16-17. 22-23

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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