jueves, 22 de octubre de 2015

Lucas 12, 49-53

En el Evangelio de hoy el Señor nos habla de fuego y división, dos conceptos que conocemos bastante bien en la vida humana, pero que a veces pueden significar sufrimientos y destrucción. ¡A veces nos cuesta aceptar que Dios sea tierno y compasivo cuando nos habla con imágenes tan negativas! Es claro que nuestro Padre da la paz y la unidad en abundancia a sus hijos, pero lo cierto es que a veces, a pesar de permanecer firmes en la fe, nos topamos con situaciones de controversia y discordia, ¡incluso en nuestras propias familias!

Jesús aconsejó a sus discípulos que buscaran primero el Reino de Dios, porque “todas estas cosas” les vendrían por añadidura (véase Mateo 6, 33). Sin embargo, “todas estas cosas” no siempre significan una vida de paz y relajación ni libre de dificultades y sufrimientos. Por la condición del mundo actual, no es razonable suponer que se acabarán los problemas. Entonces, ¿qué es lo que vendrá por añadidura? Son las promesas que se nos hacen en Hebreos 12: Una vida de disciplina y gracia en Cristo y a través de Cristo. Cualquiera sea nuestra situación, podemos tener la seguridad de que el Señor estará siempre con nosotros, ayudándonos a resolver las dificultades que encontremos en este mundo.

Cristo es el camino seguro hacia el Padre. Cuando nos hablaba del fuego que deseaba que ya estuviera ardiendo, se refería al Espíritu Santo que vendría tras sus pasos para llenar el corazón de cada creyente. Las divisiones que mencionó se referían a los conceptos o ideologías contrarias a Dios, y a quienes los sostienen, porque todo lo que se opone a Dios quedará separado de su Reino.

Ante desafíos tan difíciles como éstos, ¿qué podemos hacer cuando vemos que alguien no acepta la Palabra de Dios? No dudar jamás de defender las verdades del Evangelio. Si nos declaramos partidarios de Cristo, nuestro Padre nos protegerá de los engaños del mundo, porque estamos llamados a pasar por el fuego purificador de Dios. Así, pues, aceptemos de todo corazón su Palabra poderosa, la filosa espada del Espíritu Santo que penetra inexorablemente hasta separar “el trigo y la paja”.
“Jesús, Señor nuestro, nos entregamos una vez más a ti. Cueste lo que cueste queremos seguirte a ti y rechazamos las promesas ilusorias con que trata de engañarnos el mundo.”

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