viernes, 16 de octubre de 2015

RESONAR DE LA PALABRA - 16 OCT 2015

Evangelio según San Lucas 12,1-7. 
Se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: "Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas. A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a quel que, despues de matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese. ¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros." 

RESONAR DE LA PALABRA
Óscar Romano, cmf.
A la paz de Dios:

Un poco exagerado. El número de los que se agolpaban para escuchar a Jesús, digo. Lucas se pone de parte de los organizadores, como en las manifestaciones: que dicen que son muchísimos. La policía dice que eran cuatro. No me interesa el número exacto de los que escuchaban. Creo que es porque vale para muchos, todos.
Aunque primero Jesús se dirige a los más cercanos: prevención contra la hipocresía. Como en los evangelios de días anteriores.

Avisos para navegantes:
· Todo se sabe. Mi amigo tiene un amigo y su amigo tiene otro amigo; por eso sé discreto, como reza el adagio. Además de la invitación a la discreción Jesús quiere que su mensaje se extienda: lo que se dice al oído hay que comunicarlo con altavoces. La Buena Noticia se tiene que propagar
· No temáis a los que pueden hacer daño al cuerpo… quién dijo miedo. Lo que hay que temer es perder del todo la vida. Al final el que se salva sabe y el que no se salva no sabe nada.
· Confiad, que valéis mucho. Así nos despierta cada mañana nuestro Dios. Por eso me gusta tanto esta historia que leí hace unos años en uno de esos libros de Cáritas de Cuaresma-Pascua.

Había una vez un niño que se llamaba Pedrito. Su padre era mago. Todas las mañanas, Pedrito se levantaba, se lavaba y se vestía a toda carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá se acercaba a Pedrito y le decía al oído unas palabras mágicas que éste escuchaba lleno de emoción. Pedrito guardaba las palabras en el bolsillo de su camisa. De vez en cuando, se detenía, sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de alegría.

Pedrito tenía la costumbre de recoger a algunos amigos y amigas camino de la escuela; primero buscaba a Miguelito, que era hijo de un policía de tráfico. El papá de Miguelito, le decía a su hijo al despedirlo: «Ten cuidado al cruzar las calles... espera siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruza siempre las calles por el paso de cebra y no corras. Espera a que no pasen coches y ten cuidado con las bicicletas y las motos...» Miguelito salía siempre con cara de «semáforo en rojo»; pero al encontrarse con Pedrito, se daban un abrazo y, entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Luego iban caminando a casa de Conchita, que era hija de una dentista. Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comas chucherías, ni golosinas, ni chicles. Lávate los dientes cada vez que comas algo; no mastiques muy rápido y ten cuidado con las cosa duras», y le daba un cepillo de dientes, hilo dental y un tubo de pasta. La pobre Conchita salía con cara de «dolor de muelas»...; pero al encontrarse con Pedrito, se daban un abrazo y; entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Después los tres iban corriendo a casa de Campeón, que era hijo del dueño de un banco. A Campeón siempre lo despedía su papá en la puerta diciéndole: «Tienes que ser el primero, el mejor en todos los deportes y en todas las clases; no me vengas con segundos puestos; siempre hay que ganar a todos en todo...». Su padre le colocaba una medalla que decía por un lado: «Soy el mejor» y por el otro decía: «Soy el primero»... Campeón salía siempre con cara de «partido perdido»...; pero al encontrarse con Pedrito, se daban un abrazo y, entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Por último, pasaban a recoger a Tesorito, una niña muy bonita, hija de una familia muy rica, tenían una casa enorme, con una gran escalera a la entrada y un jardín muy bonito: todas las mañanas los padres de Tesorito salían a la puerta y le decían a su hija: «Tienes todo lo que necesitas: llevas dinero, comida, libros, cuadernos, lápices de colores, plastilina... No te falta nada; te hemos dado todo para que no tengas problemas en tu vida...». Así la despedían sin decir más... La pobre Tesorito salía con cara de «felicidad fingida»...; pero, al encontrarse con Pedrito, se daban un abrazo y, entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Al llegar al colegio, sus amigos le preguntaron a Pedrito por las palabras mágicas; pero Pedrito no quiso revelarlas. De modo que los cuatro fueron una, mañana, muy temprano, a la casa de Pedrito; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que salieran Pedrito y su papá. Pasó un rato y por fin salieron. Prestaron mucha atención y escucharon las palabras mágicas. El papá mago le decía a Pedrito: «Hijo mío, te quiero mucho... ¡que tengas un día muy feliz!».

Vuestro hermano y amigo
Óscar Romano, cmf.

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