jueves, 15 de octubre de 2015

Romanos 3, 21-30

Pero ahora, sin la ley, Dios ha mostrado de qué manera nos hace justos (Romanos 3, 21)
San Pablo practicaba esta verdad. Habiendo sido estudioso de las escrituras hebreas y fiel fariseo, estaba acostumbrado a buscar la verdad y actuar de acuerdo con ella y con las enseñanzas de los rabinos y se esforzaba por cumplirlas. Trataba de todo corazón de cumplir fielmente las leyes de Dios y llevar una vida recta.
Cuando se le manifestó el Señor, San Pablo conoció la verdad plena, y supo que “todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios” (Romanos 3, 23). Nuestra propia experiencia confirma lo que se ha revelado en las Escrituras y todos podemos reconocer que existe un impulso interno que nos lleva a ser autosuficientes y hacer cosas que nos separan de Dios y de nuestros semejantes. Por eso, no llegamos a comprender el verdadero sentido de lo que Dios quiere que hagamos. Las Escrituras y nuestra propia experiencia nos demuestran que, por mucho que nos esforcemos, nunca llegaremos a cumplir las leyes de Dios con nuestra propia habilidad.
La expresión inicial de San Pablo, “Pero ahora”, indica que algo ha cambiado, algo magnífico ha sucedido. Sí, hemos pecado y estamos privados de nuestro objetivo supremo. “Pero ahora” tenemos una respuesta que supera el pasado y la naturaleza caída del ser humano y ésta es Jesucristo. El hecho de que Cristo vino al mundo y pagó por nuestros pecados es lo más extraordinario que haya sucedido en la historia humana. En Cristo Jesús, somos justificados ante Dios y este es un don gratuito y disponible para todos. Sólo se recibe cuando aceptamos a Jesús y todo lo que él ha hecho por nosotros; nunca lo mereceremos por nuestras propias acciones.
No debemos sentirnos frustrados si por mucho que tratemos de hacer algo, no lo logramos. Cristo nos ha liberado del abatimiento y el desamparo. Lo que necesitamos es creer que el Señor ha cumplido todo lo necesario para justificarnos ante el Padre. En realidad, nada de lo que podamos hacer puede agregarle nada a la justificación que tenemos en Cristo Jesús.
“Señor, enséñanos a creer sin dudar de la salvación que tú nos has merecido, y entregarnos a ti para que demos el fruto que Dios desea que demos.”

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