viernes, 22 de enero de 2016

Extraordinario en lo ordinario

¿Por qué pescadores...?
EXTRAORDINARIO EN LO ORDINARIO
fuente: Canción Nueva Portal español
Sobre el Evangelio de san Marcos 1, 14-20

Estamos en el tiempo litúrgico llamado “ordinario” pero lleno de cosas “extraordinarias”. Esto significa que también en los días que parecen tan simples y habituales, Dios siempre actúa de una manera tan maravillosa.
Una de estas cosas extraordinarias de la vida es el llamado de los discípulos de Jesús.

Ya el domingo pasado vimos como Jesús llamó a los primeros discípulos según el Evangelio de san Juan. Quizás recuerdan este interesante llamado que no se inició con una proclamación de una doctrina teológica o de un programa social, ni con la exposición de las prescripciones morales ni con las lecciones de la vida, más con una simple pregunta “¿Que quieres?”.
“¿Que quieres?”, es la invitación de Jesús a entrar en la profundidad de propio corazón y de hacer una revisión de deseos. Tanto las cosas buenas como las cosas malas empiezan con los deseos. Hay que aclararlos y decidir. En lo secreto de nuestro corazón está, descubierto o escondido pero está, el deseo de lo máximo, de la plenitud de la vida, del Dios mismo. Tal vez todavía no lo conocemos.
Por eso nuestra respuesta al final podría ser la misma de los primeros discípulos: “¿dónde vives?” como expresión del deseo de estar con Jesús y conocerlo más. Para Juan y Andrés este encuentro llegó a ser una experiencia tan extraordinaria de un día tan ordinario que aunque pasaron ya algunos decenios antes de escribir este hecho ellos recordaban bien del momento que dio sentido a su vida: lo explican con la precisión que eran las cuatro de la tarde.

Este domingo retomamos el ciclo de la lectura del evangelio de san Marcos con el mismo tema: el llamado de los primeros discípulos. Un atento lector podría notar que hay algunas diferencias. Pero hoy quería que reflexionemos sobre un detalle común que nos revelará mucho: ¡los primeros apóstoles eran pescadores!
Ahora te explico porque eso sorprende y porque es tan extraordinario.
Como Jesús vivió en Nazaret y no en el mar de Galilea, ¿no era de esperar que sus primeros discípulos fueran conocidos y vecinos, es decir pastores o agricultores? Además, muchísimas de sus preciosas parábolas se refrían justamente a la vida al campo.
Basta recordar la parábola del sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, que a veces da frutos abundantes y en otros casos sucumbe; de la oveja perdida que al pastor es tan importante que deja todas las otras hasta que la encuentre y sobre sus hombros la vuelva a casa segura y salva; de la cizaña y trigo que esperan el tiempo para ser separados; de la cosecha que es abundante pero son pocos los trabajadores; de los viñadores que se apropiaron de la viña olvidando que no pertenece a ellos…

Y hoy escuchamos como Jesús deja su casa y llega a la orilla del mar para elegir y llamar a los primeros discípulos de entre los pescadores.
Con Jesús nada es casual. Ni un encuentro. Ni una palabra. Niuna elección. Ni un llamado.

¿Por qué pescadores?
Hace algunos años que por primera vez vi el lago de Galilea o el mar de Tiberíades. A pesar de la silenciosa llovizna y de un cielo un poco nublado sí podía mirar en la distancia, al otro lado del lago. Pero también en otro sentido podía echar un vistazo a la distancia, a este encuentro inolvidable de hace dos mil años entre Jesús y sus primeros discípulos.
Me acuerdo que debía presidir la misa en Tabga, a la orilla del mar. Sabía en este momento que finalmente debía pensar en una respuesta a la pregunta de por qué Jesús llamo a los pescadores. Claro que la respuesta la conoce solo Jesús. Pero una reflexión me ayudó a entender mejor las cualidades y disposiciones que Jesús quería que sus discípulos tuvieran.
Empecé a pensar así…

En primer lugar, el pescador está listo para entrar en el barco.
Este pequeño paso significa en realidad dejar la tierra firme y poner su pie sobre un barco que las olas tambalean. Esto sería el modelo del buen discípulo de Jesús porque él está dispuesto a abandonar su propia seguridad y convicciones y lanzarse hasta el mar abierto en el cual la única seguridad y confianza están en Dios. Jesús no prometió a los discípulos que iban a conocer todo que le esperaba, pero les dio la más fuerte garantía de la seguridad y de la paz en todas las tormentas de la vida: su constante presencia y cercanía. San Mateo por eso concluye su evangelio con una hermosa promesa de Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Al discípulo de Jesús, esto le basta para entrar al barco y empezar la aventura de la fe.
Además, un pescador está dispuesto a desatar las cuerdas de su barco.
Resolver los vínculos con los cuales nunca sería capaz de salir al mar. El discípulo de Jesús es audaz para desenlazar las ataduras que nunca le permitirían seguir libremente a su Maestro. Estos vínculos son principalmente la adicción, el apego, malas relaciones y amistades, las mentiras, el miedo. En una palabra el discípulo tiene que liberarse del pecado y de sus aliados.

Un pescador vive de la providencia.
Un pescador sabe que la pesca no depende sólo de él, de su fuerza, agilidad o habilidad o de su conocimiento del mar y de los vientos, sino de Dios que da un tiempo provechoso, que crea los peces y permite que naden en la red del pescador. Es decir que Jesús necesita a los discípulos que sí, se esfuerzan para que su trabajo y servicio den los frutos, pero que son libres de la soberbia y que confían en la providencia, sabiendo que el éxito no es principalmente su mérito, sino es el don de Dios.

Un pescador es paciente.
Un pescador que no quiere volver a casa con las manos vacías debe ser muy paciente. A veces hay que esperar horas y horas antes que los peces piquen o entren en la red. El discípulo de Jesús tiene que tener paciencia. Primero consigo mismo para que no se rinda, para que no se dé por vencido por mal y para que no renuncie. Ni a la vida. Ni a la búsqueda.

Un pescador sabe estar en silencio.
¿Cuántas veces los primeros discípulos estaban sentados en la popa mirando de lejos su casa en Cafarnaúm y reflexionando sobre su vida? Seguro que a menudo se encontraron hablando con Dios, ni siquiera se daban cuenta cuando empezaban. El discípulo es uno que cada día tiene el tiempo reservado para alejarse un poco de los compromisos cotidianos en la paz y la tranquilidad del encuentro reservado con Dios. Para considerar su vida. Sueños y realidad. Pasado, presente y futuro. Para encomendar a Dios su vida. Contarle su vida. Entregarle su vida. En particular, lo que tienen en su corazón. Gratitud y esperanzas. Preocupaciones y confianzas. Dificultades y sufrimiento. Perdón e intercesión. Sus seres queridos y sus amigos. Y aquellos que piensan que nadie los recuerda. Un discípulo sabe escuchar en el silencio la voz de su Maestro y compartir con él lo más íntimo de su alma.

Un pescador no puede solo.
En fin, un pescador sabe que no puede vivir solo y que debe aprender a vivir con los demás. ¿Cuantas veces en la barca la situación podría estar a punto de estallar del nerviosismo y la tensión, de las tormentas interiores que culminaban con las palabras ofensivas? A menudo basta solo una pequeña cosa, tal vez el mal tiempo o mala pesca. O simplemente la falta del amor y paciencia. Pero, el barco es pequeño y no hay donde escapar. Por otro lado, los pescadores son bien conscientes de que no pueden uno sin el otro. El trabajo hay que compartirlo y cada papel, a veces más a veces menos responsable, es importante. Solo remando juntos pueden llegar a la meta. Solo con las fuerzas unidas se puede llevar la red. A veces las olas son grandes y se pierde fácilmente el equilibrio. Como es bueno en este momento tener el brazo del amigo que te apoya y te salva. Fácilmente se cae pero hay siempre alguien que te ayudará a levantarte. No se puede estar solo. Jesús en sus pescadores ya había visto a su Iglesia. La comunidad en la cual cada uno vive con y para los demás, que saben alegrarse y perdonarse, compartir y convivir en el mismo barco. La comunidad en la cual todos son importantes. El barco en el cual nadie pude decir al otro “que no debe preocuparse por él”, cuando el otro ve que su vida va en ruinas…. porque la parte de abajo del barco está dañada… Y aunque el agua entre solo a través de un agujero, toda la barca se llena de agua. Por eso Jesús rezaba desde el primer día hasta la última noche la oración: “Cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros” (Jn 17, 11).

Estoy convencido de que la elección y el llamado de los pescadores no podía ser casual.
Yo los haré
Ser el discípulo de Jesús es la más linda aventura que el hombre puede vivir.
Seamos sinceros, tenemos muchísimos límites y tal vez muchas veces pensamos que no estamos a la altura de su llamado. No nos olvidemos de su promesa que no somos nosotros los que vamos a alcanzar la perfección de nuestra vocación, es Él quien dice “Yo los haré pescadores de hombres”. ¡Él nos hará! Y solo Él lo puede hacer.
Como en el caso de Simón al cual dijo que sería Pedro. También en este caso Jesús utilizó el verbo en el futuro. Sí, él nos conoce y llama así como somos, tal vez con las pocas virtudes y muchos vicios. Pero Jesús no se detiene allí, Él nos ve ya así como podemos llegar a ser. Solo el amor incondicional ve las cosas buenas en la persona y sabe que esta bondad puede crecer. Solo el amor no condena y ya ve que tu vida puede ser una hermosa alabanza de Dios. Porque su gracia de verdad puede transformarnos en buenos discípulos.

Acepta su llamado. Deja las redes del pasado. Deja las redes de las preocupaciones inútiles de las cosas que no puedes ya cambiar. Deja las redes del pecado y de las malas relaciones que te esclavizaban ya hace demasiado tiempo. Después, todo en tu vida y todas las redes, incluso el internet y redes sociales, llegarán a ser el espacio de la buena noticia de tu vida nueva con Jesús.
Te desafío que aceptes el llamado a ser discípulo. Jesús ve que puedes ser uno bueno. Feliz. Santo.
¿Cuesta? Sé lo que piensas pero quiero decirte que sí, cuesta, ¡pero en realidad es gratuito! Las cosas más preciosas de la vida hemos recibido gratuitamente. El llamado es una de estas.

Pbro. Mislav Hodzic

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