miércoles, 20 de julio de 2016

Poner a Dios en el centro de nuestra familia


Tener a Dios en el centro de nuestra familia significa mucho más que la bendición diaria de la mesa o tener un crucifijo en el comedor…
Tener al Padre en el centro implica diálogo amoroso con el esposo, la esposa y  los hijos; amor sin condicionamientos, sin  frases hirientes u ofensivas como “Te voy a querer si te comportás de tal  o cual manera” o “ Me has defraudado, yo quería que estudiaras tal carrera” o  “ No actuás como yo lo hubiera hecho…”

Tener a Dios en el centro es sonreír a todos los que viven en mi hogar, abrazar con ganas, decirles cuánto los amo muchas veces en el día…
Enseñar que Dios es un Padre bueno y que nos ama con locura, es educar a los hijos en la esperanza cristiana, es intercambiar opiniones respetando las de los otros, es divertirnos y jugar juntos…

Tener a Dios en el centro de mi familia es mirar a la familia de Belén y pedir la gracia de actuar como ella en los momentos de alegría y en los de tristeza. No es tener la estampita de José, María y Jesús en la mesita de luz y creernos buenos por ello…Es enseñar valores, pero antes practicarlos. Es no exigir de mi familia lo que no puedo dar, es no engañar y es  pedir perdón cuando nos equivocamos. Es hablar con la verdad aunque dura sea y expresar el amor en obras y con gestos…
De qué sirve colaborar con los de “afuera” si dentro de mi familia reina el caos, si no escucho a los míos y no hay en mi casa calor de hogar? Es que acaso el "afuera" se ve, y el "adentro" no?

Pidamos a Dios que se ubique en el centro de nuestra familia, que nos eduque en el verdadero amor, ese que es sincero, “jugado” y  que no ahoga... Ese que siempre ve el vaso medio lleno, ese  que brinda cobijo, abrigo y consuelo…

Alejandra Vallina

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