martes, 11 de octubre de 2016

Meditación: Lucas 11, 37-41


¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior? (Lucas 11, 40)

Los fariseos se preocupaban de expresar exteriormente su obediencia a la ley de Dios. Eran muy meticulosos en sus rituales y ceremonias; se esforzaban por obedecer la Ley de Dios al pie de la letra y tener una conducta irreprochable en sus observancias religiosas. Todo esto, sin embargo, era precisamente lo que les impedía ver que para Dios lo más importante no es el cumplimiento de leyes y preceptos, sino la vida moralmente sana, el amor a Dios y al prójimo y la compasión con el que sufre.

El Señor está siempre procurando lograr un cambio interior en sus hijos, un cambio que se refleje en la conducta exterior. El ser humano actúa según lo que le dictan su razonamiento y su conciencia, y por eso precisamente Dios quiere purificar nuestra forma de pensar y corregir nuestros principios de moral de acuerdo con su Palabra, porque el Señor sabe que solemos aparentar una vida ordenada, pero internamente podemos seguir pensando con una mentalidad viciada. Si nuestros razonamientos logran ajustarse a la voluntad de Dios, nuestro proceder cambiará para mejor.

A veces los cristianos llevamos una vida moralmente buena y tratamos de parecer “rectos”, para lo cual somos agradables, serviciales y corteses. Pero, internamente, podemos tener un corazón duro y una mente obstinada.

Cuando nos acosan las pruebas y las dificultades, la serenidad exterior a veces no es más que una débil fachada, porque en el interior bullen la ira, la envidia, la amargura, la crítica, los celos y cosas por el estilo. Cuando eso sucede, llegamos incluso a dudar del poder de Dios y no se nos ocurre pensar que somos nosotros los que realmente necesitamos una transformación interna más profunda.

El poder del Evangelio es lo único que nos cambia de verdad. Si deseamos reformar nuestra vida, Dios mismo nos enseñará y nos transformará, como lo prometió Jesús: “El Espíritu Santo, que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho” (Juan 14, 26). El Espíritu nos habla al corazón, para que hagamos la voluntad de Dios.
“Señor, Espíritu Santo, enséñame a vivir como hijo de Dios, para no preocuparme tanto de presentar un exterior respetable, si hay pecado y rebeldía en mi interior. Cámbiame, Señor, para que yo lleve una vida sana y recta.”
Gálatas 5, 1-6
Salmo 119(118), 41. 43-45. 47-48

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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