lunes, 26 de diciembre de 2016

Meditación: Hechos 6, 8-10; 7, 54-59


San Esteban

No se preocupen por lo que van a decir. (Mateo 10, 19)

Cuando una diestra bailarina de ballet gira sobre un pie, ¿se preocupa de perder el equilibrio? No. Lo primero que aprende es que debe escoger un punto focal y mantener la mirada fija en ese punto para no marearse aunque gire muchas veces. Cuando un orador experto se dirige a una multitud ¿se pone nervioso? No. Fija la atención en unos pocos oyentes y vuelve a ellos si necesita reenfocarse.

Algo así fue lo que sucedió con Esteban, el primer mártir cristiano, a quien recordamos hoy. Cuando sus acusadores le arrastran ante el Sanedrín, él no prepara su defensa. Simplemente fija la atención en Jesús y da testimonio de la verdad, sin preocuparse de si sus oyentes le escuchan o no. En lugar de desalentarse ante sus furibundas amenazas de muerte, Esteban mantiene los ojos fijos en Jesús, y como recompensa ve “los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.”

Nosotros a veces nos desenfocamos con facilidad. Por ejemplo, después de la Navidad y el Año Nuevo muchos se sienten un tanto deprimidos, tal vez se sienten solos o el pensamiento se les va con insistencia a la pérdida de un ser querido. Quizás los familiares o amigos que se reunieron en Navidad no se llevaban bien o alguno de los regalos que recibimos no fue apropiado. Incluso si todo resultó bien, la serie de frenéticos preparativos y complicadas celebraciones lo dejan a uno exhausto.

¡Con qué facilidad nos olvidamos del milagro que significó el nacimiento de Jesús! Y con qué rapidez volvemos a la misma rutina diaria, corriendo el peligro de que la gracia especial que Dios quiere darnos nos pase por alto.

Si algo así le ha pasado a usted, siga el ejemplo de Esteban y afine su enfoque. Jesús vino a residir en su corazón y ya no es sólo un bebé en el pesebre; es también el Señor del cielo y de la tierra, y está delante de usted ahora mismo, con los brazos abiertos para estrecharle con amor. Nada escapa a su poder de curar, consolar o restaurar. Nada queda fuera de su poder ni del amor que a usted le tiene.
“¡San Esteban, ruega por mí! Enséñame a mantener los ojos fijos en Jesús, especialmente en momentos de gran estrés y dificultad, para no sentirme solo ni perder la fe.”
Salmo 31(30), 3-4. 6. 8. 16-17
Mateo 10, 17-22

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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