martes, 20 de diciembre de 2016

Meditación: Lucas 1, 26-38


Todas las madres saben que su trabajo como tales les exige bastante sacrificio y una gran dosis de fe.

Lo hayan planeado o no, de repente descubren que llevan una nueva vida en su interior, y hacen todo lo posible para cuidar esa vida, pero no saben cómo va creciendo. Se preocupan de alimentarse bien para que su criaturita reciba nutrición; pero a pesar de todo, no les queda más remedio que ponerse en manos de Dios para que todo salga bien.

Hoy, al recordar la Anunciación, pensamos en la fe confiada que demostró la santísima Virgen María. Ella no entendía cómo iba a concebir al Mesías, pero sin embargo aceptó el plan de Dios. Ella supo que sufriría muchísimo por causa de su Hijo, pero aun así ella obedeció. Y una vez nacido el Niño, lo crió y lo educó. El sufrimiento mayor le llegó cuando tuvo que presenciar la crucifixión y muerte de su amadísimo Hijo, pero se mantuvo siempre firme en su fe hasta el final.

Se dice que la mujer que da a luz es madre para toda la vida, y esto es cierto, porque el amor maternal es fruto directo del amor de Dios, un amor que es sincero, profundo, incondicional, generoso y compasivo. Por eso, la Virgen María es también nuestra Madre. Pero no sólo ella dio al mundo el don inefable del Hijo de Dios; nosotros también podemos ser portadores de Cristo para el mundo y esto sin duda nos traerá tribulaciones, pero al igual que la Virgen María, podemos confiar plenamente en la protección de Dios.

Y podemos pedirle ayuda a ella, naturalmente, no sólo para ser buenos hijos y discípulos, sino para acercarnos más al Señor. No olvidemos que María está ahora intercediendo ante su Hijo por todos y cada uno de nosotros, y ella tiene un acceso privilegiado a Dios y al tribunal del cielo. En efecto, cada vez que rezamos el santo rosario, y lo hacemos reflexionando en los misterios, adquirimos acceso a ella que está deseosa de escucharnos, alentarnos y consolarnos. María siempre nos lleva a su Hijo Jesús, nuestro Señor, el Salvador del Mundo, y ruega por nosotros.
“¡Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: Ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte!”
Isaías 7, 10-14
Salmo 24(23), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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