viernes, 23 de diciembre de 2016

Meditación: Lucas 1, 57-66


San Juan de Kanty

El Evangelio de hoy nos habla de San Juan Bautista, que representa a toda la humanidad. Cuando por primera vez tenemos un encuentro con Jesús, sentimos que el corazón nos salta de alegría porque hemos hallado al Ungido de Dios, como le sucedió al pequeño Juan que brincó en el vientre de su madre Isabel cuando la Virgen María fue a visitarla (v. Lucas 1, 41). Este es el primer ejemplo de una comunión santa, porque el hecho de encontrarse con Dios es para el hombre un justo motivo de gran alegría y expectativa.

A los que buscaban a Dios, el Bautista los conducía no a sí mismo, sino a Jesús; del mismo modo, cuando nosotros queremos llevar a alguien al Reino de Dios debemos llevarlos a Cristo, porque él es nuestro Señor y Salvador y no hay otro. Al igual que el Bautista, hemos de dar testimonio del amor compasivo de Cristo, a fin de que los demás lo reconozcan, se arrepientan y crean, pero quien los redime es Jesús. Él es quien debe sobresalir sea lo que sea que hagamos nosotros.

El más grande anhelo de Juan el Bautista era llevar a sus hermanos a Cristo; por eso él era la voz que clamaba en el desierto llamando a todos a la conversión. Ahora, nosotros hemos de escuchar la voz de Jesús, que nos llama y nos salva a través de la Palabra de Dios y de la Iglesia.

El Señor es generoso y compasivo; el Todopoderoso se apiada y se compadece de los seres humanos porque es bondadoso y benevolente, como lo dice la Escritura: “Yo soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel” (Éxodo 34, 6).

En el Bautista se reflejó la misericordia de Dios, la cual, en el Nuevo Testamento, viene a ser la gracia. La mejor expresión de la gracia de Dios es lo que él hizo por medio de su Hijo Jesucristo en favor de la humanidad. En efecto, en la vida de Jesús y Juan vemos la perfecta unión entre las Escrituras hebreas (la misericordia de Yahvé manifestada en el Bautista) y el Nuevo Testamento (donde Dios derrama su gracia mediante Jesucristo). Vivamos, pues, eternamente agradecidos por la inagotable bondad y misericordia de Dios.
“Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, Esperanza de las naciones y Salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro!”
Malaquías 3, 1-4. 23-24
Salmo 25(24), 4-5. 8-10. 14

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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