sábado, 24 de diciembre de 2016

Meditación: Lucas 1, 67-79


Seguramente este es uno de los días más ocupados del año.

Hay tanto que hacer y el tiempo es tan corto: buscar y envolver regalos, visitar a familiares o amigos o llamarlos por teléfono, preparar comidas, adornar y arreglar la casa, ¡incluso comprar regalos de última hora!

Dejemos que, en medio del frenético quehacer, la voz de Zacarías, el humilde y querido sacerdote de la antigua alianza, nos traiga paz y nos recuerde que: “[Dios] ha visitado y redimido a su pueblo… [ha venido] a anunciar a su pueblo la salvación, mediante el perdón de los pecados… para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1, 68-79).

En este día de alegría y júbilo, nos preparamos para celebrar mañana el nacimiento del Niño Dios, “Luz del mundo” (Juan 8, 12) y, aparte de los regalos y reuniones familiares, la Iglesia nos invita a rectificar nuestra conducta y renovar nuestro compromiso de recibir al Señor, amarlo, seguirlo y dedicar tiempo a profundizar y contemplar el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

Así como en la alborada el sol se remonta esplendoroso disipando las tinieblas de la noche y brindando luz y vida a la creación, Dios mismo irrumpe en las tinieblas del pecado, el mundo y el demonio y se hace hombre en la Persona de Jesucristo, nuestro Señor, para mostrarnos el camino recto, hacernos ver la verdad de nuestra existencia y entregar su vida humana para redimirnos y llevarnos al cielo. Cristo mismo es la vida que renueva la naturaleza caída del hombre.

En efecto, en Jesucristo, Dios ha visitado a su pueblo y, de hecho, a toda la humanidad. Meditemos en estos momentos próximos a la Navidad sobre la maravillosa posibilidad que tenemos de dar un regalo, desprendernos de algo en favor de otros. Este es el sentido de la Navidad. Porque Dios nos dio a su Hijo unigénito para que creyendo en él, podamos salvarnos. Postrémonos ante el pesebre y adoremos al Rey del Universo, en la quietud de nuestra espera.
“Jesús, mi Señor y Redentor, ¡te amo con toda mi alma! Gracias por venir al mundo y a mi corazón. Concédenos a mí y a mis seres queridos la gracia de estar bien preparados con alegría, fe y sencillez para celebrar mañana tu venida al mundo.”
2 Samuel 7, 1-5. 8-12. 14. 16
Salmo 89(88), 2-5. 27. 29

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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