miércoles, 8 de febrero de 2017

Meditación: Marcos 7, 14-23


San Jerónimo Emiliano

¿Sabías tú que el refrán “Uno es lo que come” es una variación del antiguo proverbio francés “Dime qué comes y te diré quién eres”? Algunos historiadores creen que este proverbio se derivó de la base espiritual de las leyes dietéticas judías, también conocidas como kashrut o kosher, vale decir, los alimentos que son “aptos para consumo humano”.

Una parte de estas leyes determina que el pueblo judío debe comer carne solo de ciertos animales rumiantes, es decir, los que se alimentan principalmente de hierbas. Los rumiantes que son considerados aptos para consumo tienden a ser animales mansos, domésticos, no depredadores por naturaleza, porque se tenía la idea de que si la gente comía carne solo de estos animales dóciles absorbería algo de su mansedumbre. Por la misma razón, se abstienen de comer carne de animales feroces, a fin de evitar que la gente asimile la naturaleza agresiva y violenta de ellos.

Pensando en esto, cabría preguntarse, si la tradición de la comida tiene bases tan nobles, ¿por qué Jesús no la reafirma? Parte de la respuesta puede deberse a la forma en que algunos judíos de esa época se enorgullecían en exceso de su capacidad de cumplir las leyes. Jesús los reprendió por preocuparse demasiado acerca de qué tipos de alimentos los contaminaría y no prestar atención alguna a lo que decían o hacían, siendo que esto era lo que realmente los contaminaba a ellos y a sus semejantes. El Señor anhelaba ver que ellos se cuidaran más de lo que decían, lo que hacían y cómo juzgaban a los demás.

Entonces, el Evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre nuestras propias convicciones. ¿Prestamos demasiada atención a lo exterior, al rigor con que cumplimos las reglas y tradiciones? ¿O miramos también a lo interior, a nuestros pensamientos, palabras y acciones, de modo que nuestra conducta produzca resultados positivos y no negativos?

Afortunadamente, Dios nos ofrece una solución: el hecho de recibir a Jesús en la Sagrada Eucaristía nos ayuda a asimilar su naturaleza de amor y misericordia, y puede comunicarnos la gracia de superar los pensamientos y acciones pecaminosas.
“Señor, ayúdame a recordar que recibirte en la Santa Comunión transforma mi corazón y me eleva por encima del pecado. Ayúdame, Señor, a asimilar tu naturaleza para que yo sea limpio por dentro y por fuera.”
Génesis 2, 4-9. 15-17
Salmo 104(103), 1-2. 27-30

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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