sábado, 11 de febrero de 2017

Meditación: Marcos 8, 1-10


Nuestra Señora de Lourdes

El Evangelio de hoy nos enseña que la compasión de Cristo al ver la necesidad física de la multitud era una muestra del amor y la ternura con que Dios cuida a sus hijos. Jesús, en la Última Cena, dio instrucciones a sus discípulos de que comieran del pan de su Cuerpo y bebieran del cáliz de su Sangre “hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre” (Mateo 26, 29).

Las figuras y el simbolismo de la Escritura nos permiten ver claramente que el banquete mesiánico está al alcance tanto de judíos como de gentiles. Cuando Jesús dio de comer a cuatro mil personas, se encontraban en territorio gentil y Cristo dijo que la gente había “venido de lejos” (Marcos 8, 3). En la Iglesia cristiana primitiva, ésta era una manera de referirse a los gentiles que “venían de lejos” porque del paganismo se habían convertido al cristianismo.

Los siete panes y las siete canastas de pedazos sobrantes representan a los siete diáconos nombrados en los Hechos de los Apóstoles para atender a las necesidades de la comunidad gentil (Hechos 6, 1-7). Marcos deseaba poner énfasis en la verdad de que el plan y la providencia de Dios abarcan a todo el pueblo, sin distinción ni división alguna.

El hecho de que Jesús haya dado pan a sus seguidores para saciarles el hambre prefiguraba el Sacramento de la Eucaristía. La distribución del pan nos hace recordar el maná que bajó del cielo para alimentar a los israelitas en el desierto (Éxodo 16, 12-35). En la última cena, Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía cuando tomó el pan, lo bendijo y lo dio a sus discípulos (Marcos 14, 22).

La acción suprema que Dios realizó por su gran amor a todo su pueblo fue dar a su propio Hijo, el Pan de la vida. Jesús dijo a la multitud: “Les aseguro que no fue Moisés quien les dio a ustedes el pan del cielo, sino que mi Padre es quien les da el verdadero pan del cielo” (Juan 6, 32). Jesús es el Pan de la vida, el Pan bajado del cielo que trae salvación y vida eterna a todo el pueblo de Dios. Y qué bendición tenemos: El propio Jesucristo viene a nosotros en la Sagrada Eucaristía, y lo podemos recibir cada día si queremos.
“Te alabamos y de damos gracias, Señor, Dios y Rey celestial, por el alimento divino y la bebida redentora que nos das cada día en la Sagrada Eucaristía.”
Génesis 3, 9-24
Salmo 90(89), 2-6. 12-13

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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