martes, 13 de diciembre de 2016

Meditación: Mateo 21, 28-32


Santa Lucía de Siracusa

“¡No!” Cuando escuchamos esta respuesta negativa pareciera que nos dan con la puerta en las narices. Por ejemplo, si usted le pidió a su cónyuge que pasara a comprar un galón de leche al venir a casa, o a un amigo que le prestara un libro, y la respuesta fue negativa, probablemente usted no le ha vuelto a pedir nada más a esa persona y naturalmente la relación se ha tensionado.

En la parábola que leemos hoy, el primer hijo se negó a obedecer y así contrarió a su padre. Trabajar en la viña familiar era sin duda algo normal para los miembros de cualquier familia, pero su negativa no fue el final de la historia. Cuando rechazó la orden paterna, tal vez se debió sólo a un impulso de inmadurez, pero luego, reconociendo su error, cambió de idea y fue a trabajar, cumpliendo así los deseos de su padre, y restituyendo su relación con él. ¡Fue como si nunca hubiera dicho que no!

Si lo pensamos bien, el resultado de esta parábola no es muy diferente de lo sucedido en la parábola del hijo pródigo, que leemos en el Evangelio de San Lucas: cuando finalmente el hijo volvió, el padre salió corriendo a recibirlo complacido.

Lo mismo sucede con nosotros. Cuando inicialmente nos negamos a hacer algo que es conveniente o razonable, esa negación no tiene que ser la última respuesta. Si usted le ha dicho que no a Dios, el Señor no le ha dado la espalda, porque sabe que más tarde usted reflexionará. Y usted siempre puede cambiar de idea y arrepentirse; siempre se puede volver a empezar.

Aunque vea que hay rebeldía o autosuficiencia en su vida —aquel primer “no” impulsivo o el “nunca” que tal vez ha mantenido desde hace tiempo— usted no está encadenado a esa negativa. Como sucedió con el primer hijo de esta parábola, o con el hijo pródigo, usted puede arrepentirse y volver a su Padre. Todos los “no” anteriores desaparecerán.

¿Se ha ido usted a confesar en este Adviento? Si no, ¡vaya! Hágase un examen de conciencia (ver página 64) y pídale al Espíritu Santo que le ayude a ver los “no” que tengan que ser “sí”. Luego, vaya a confesarse y escuche las palabras: “Yo tampoco te condeno. Te absuelvo de todos tus pecados.”
“Padre, me arrepiento de todas las veces que te he dicho que no. ¡Perdóname, Señor. ¡Ahora te quiero decir que sí!”
Sofonías 3, 1-2. 9-13
Salmo 34(33), 2-3. 6-7. 17-19. 23

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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