sábado, 13 de enero de 2018

Meditación: Marcos 2, 13-17

Le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. (Marcos 2, 14)

Leví era judío y cobrador de impuestos para el Imperio Romano. Y como el ejército romano mantenía sometido a todo el pueblo judío, la gente lo despreciaba como traidor, vendido y pecador de la peor clase.


Posiblemente él se daba cuenta de que había traicionado a su pueblo, por acomodarse a la cultura pagana que los mantenía subyugados. Aun así, cuando Jesús lo llamó, dejó todo y lo siguió. Este Leví es el mismo “Mateo” que, más tarde, escribió el Evangelio que lleva su nombre.

Leví conocía su posición, y por eso no dudó en responder cuando el Señor lo llamó. Sabía que era pecador; probablemente se lo recordaban cada día las irónicas miradas de censura y los insultos que le dirigían sus conciudadanos por su forma de ganarse la vida. Quizás él también acostumbraba, como los demás publicanos, cobrar una abultada comisión a sus clientes y guardarse el dinero extra (Lucas 3, 12-13). Como haya sido, Leví sabía que necesitaba un salvador.

Suponemos que le llegaron al corazón estas palabras de Jesús: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores.” ¡Qué maravilloso es nuestro Dios! Nos llama cuando todavía somos pecadores (Romanos 5, 8). Leví sabía que estaba enfermo espiritualmente y que tenía el corazón endurecido; seguramente por eso quiso abandonar su vida antigua y seguir a Jesús, el único que podía curarlo.

Los seres humanos fuimos creados buenos y sanos por Dios, pero la Iglesia nos enseña que todos heredamos una naturaleza contaminada por el pecado y separada de la luz y la vida de Dios (Romanos 3, 10-12.23), condición que nos lleva a preocuparnos antes que nada por nuestras propias necesidades y deseos personales, sin siquiera pensar en lo que Dios quiere de nosotros (Romanos 7, 15.17-20). Cuando Leví se dio cuenta de esto, renunció a todas las cosas e ideas que había atesorado, y siguió a Jesús.

Lo mismo nos puede pasar a nosotros. Si le pedimos al Espíritu Santo, él nos mostrará los errores de nuestro razonamiento, nos consolará y nos dará esperanza, guiándonos hacia Jesús, nuestro Médico divino.
“Señor Jesús, tú que viniste a redimir y curar a los pecadores, concédeme, te ruego, la gracia de experimentar tu obra en mi vida y aprender a seguirte fielmente.”
1 Samuel 9, 1-4. 17-19; 10, 1
Salmo 21(20), 2-7
fuente: Devocionario Catòlico La Palabra con nosotros

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